Después de un mes de vivir con el corazón en la boca, el PJ en el gobierno inició el capítulo que pondrá fin a catorce años sin una interna en serio, carencia por la que pagó un costo altísimo y seguramente seguirá pagando casi hasta el día en que jure el nuevo presidente el año próximo.
Tal vez el más caro (y no necesariamente el mejor) sea el que algunos dirigentes llaman el "costo bonaerense" en relación al mensaje de precariedad e incertidumbre que la gestión del bonaerense Eduardo Duhalde transmite diariamente a la sociedad. Se sabe que eso, tarde o temprano, tiene su correlato electoral.
En términos políticos, hasta el 20 de diciembre del año pasado la provincia más grande del país exhibía un orden aunque no expresado sí admitido: Carlos Ruckauf sería candidato a presidente y Duhalde volvería a postularse para gobernador. Entonces, los dirigentes bonaerenses de peso preferían a Carlos Reutemann como vice de Ruckauf, la vieja aspiración duhaldista del eje Buenos Aires-Santa Fe, a estas alturas una fantasía más del hombre de Lomas de Zamora que la crisis se llevó.
Desangelado Ruckauf en la Cancillería, empeñado Duhalde en hacer personalmente todas las escenas de riesgo como en una película de suspenso, Buenos Aires refleja en su distrito los peores males que padece el PJ en su conjunto. De sus virtudes de antaño el peronismo prácticamente conserva una sola: aún es una fuerte opción electoral. O al menos lo fue hasta el 14 de octubre pasado. Pero los fierros electorales que definen un acto comicial todavía están en territorio bonaerense. Y aquí también vale el "o al menos...". Así es en términos internos y generales. Y los fierros, el aparato bonaerense, todavía hoy lo controla con mano dura Duhalde y sus intendentes afines.
Argumento contundente
Tanto en Olivos como en La Pampa, cada vez que los gobernadores avanzaron con presiones sobre Duhalde, el presidente o dirigentes de su entorno respondieron: "Ojo que ustedes nos necesitan si quieren ser presidente...". Reutemann, De la Sota y Kirchner escucharon este contundente argumento, y ninguno de ellos ignora la verdad de esa advertencia.
Ese es, quizá, el núcleo del "costo" de Buenos Aires. Hasta ahora, son pocos los candidatos que se animan a caminar por ese territorio. Un poco Menem otro poco Kirchner, quienes apuestan más a la repercusión de la cobertura de Crónica TV que al evento real.
Duhalde quiere irse en diciembre del 2003, no sólo sin que nadie lo empuje sino que imponiendo condiciones. Dicen que empezó en Olivos, cuando antes de firmar los catorce puntos quiso colocar a su esposa como vice a Reutemann, quien eludió el convite con elegante verónica. Después de La Pampa, cuando parece que Chiche Duhalde irá a la Gobernación bonaerense, ofrece para ese puesto a Felipe Solá, quien (aunque tenga buena relación con el Lole) desea, si puede, seguir en su despacho de La Plata.
Muy leal a Duhalde, Solá es una figura atractiva para los sectores medios y podría significar el primer paso para renovar la vieja guardia duhaldista bonaerense. Tiene una contra: no forma parte del aparato. Aunque varias veces lo han convocado, siempre ha sido en carácter de invitado, por lo que si quiere participar, él también deberá pagar su cuota.