| | Editorial Estrategias de supervivencia
| Se sabe: lo que está ocurriendo en el país es inédito. En una sociedad que durante los últimos años se acostumbró a los golpes, la actualidad resulta, aun en ese sentido, excepcional: la sensación predominante es que muy difícilmente puedan superarse cotas de tan alta negatividad dentro de la historia argentina. Y la grave situación en los terrenos económico y político repercute inevitablemente en la célula más pequeña del cuerpo social: la familia. Dentro de ella, el desempleo se ha erigido en el árbitro que redefine los roles. No son pocos los casos, y están en aumento, en que la mujer es quien tiene que enfrentar el trabajo mientras el hombre asume una función para la que no se halla, muchas veces, cultural ni materialmente preparado: la de hacerse cargo de la casa. Sucede que, si bien el tradicional y cuestionable machismo se encuentra hace mucho en retroceso, todavía existen bastiones que lo sostienen. Pero tales ínfulas desaparecen velozmente cuando la realidad obliga a achicar el agua que ha dejado a su paso la tormenta. Y en ese momento, tal cual lo revela un informe publicado el domingo pasado por La Capital, es cuando surgen facetas inesperadas y soluciones que dan por tierra con lugares comunes y convencionalismos. Así, él cuida a los chicos y hace la comida (ya más compleja que el tradicional huevo frito sobre una costeleta) mientras ella gana el sueldo que permite sostener la economía hogareña. Recurso válido, ciertamente, en la medida en que revitaliza la noción de solidaridad e impulsa la continuidad de un proyecto compartido, aun en medio de circunstancias adversas. ¿Se puede hablar, en casos tales, de un ejemplo de conducta para enfrentar la crisis? Sin dudas. Momentos como el presente obligan a deponer convicciones rígidas y construir estrategias de supervivencia. La imaginación se convierte en un bien precioso, así como la humildad y la capacidad de trabajo se erigen en virtudes insuperables. De la tan habitual actitud de exigir conviene correrse hacia otra: la de entregar, con el objetivo de producir. Nada debe darse por preestablecido; todo debe ser reaprendido. Nada fácil, por cierto. Sobre todo en una sociedad donde existe mayor conciencia de los derechos que de los deberes y que se ve obligada a realizar una severa autocrítica si es que pretende seguir siendo un organismo vivo. Sin embargo, no son pocos quienes han reaccionado con tanta presteza como eficiencia ante la difícil coyuntura. Y ellos permiten realimentar la esperanza.
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