Lorena Orellano tenía una frescura y un empuje sorprendente. Cuando la liberaron, después de pasar once meses presa por la muerte de Brian, su única preocupación era caminar junto a sus hijos sin sentir la reprobación de vecinos y conocidos. Sentía que la habían acusado de uno de los más brutales crímenes, el de su propio hijo, y buscaba el modo de recuperar confianza para que los padres de los amigos de sus otros hijos despejaran las sospechas sobre ella, igual que la justicia. Criticaba a los funcionarios judiciales sin perder el humor y sin resentimiento por la situación que debió soportar. Tenía otra preocupación, que luego dio sustento a los investigadores para buscar a su compañero como el principal sospechoso de su asesinato. La muerte de Brian había hecho pública su relación con Daniel Sosa, de la cual su ex pareja y padre del niño no estaba al tanto. El hombre, Carlos Fabián Fernández, estaba preso en San Nicolás y Lorena temía su reacción. Cuando murió, el 17 de marzo pasado, Lorena vivía nuevamente con Fernández en una barrio humilde del partido bonaerense de Tres de Febrero. Algunos vecinos, los pocos que se animaron a hablar, dijeron que ese día la pareja había discutido por viejos rencores. Lorena recibió un disparo en la nuca y Fernández quedó sospechado de haberlo efectuado. El hombre la llevó al hospital donde lograron que naciera su hijo, de siete meses de gestación, y después desapareció. P. I.
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