"Muchos de nuestros alumnos vienen a clase con hambre". El testimonio no pertenece a una maestra del barrio Las Flores o de Villa Banana, sino a la directora de la Escuela Nº 1.240, de Mitre 1648. Alertados por esta situación, con la que conviven desde no hace mucho tiempo, ya son varios los colegios céntricos que tramitaron en el Ministerio de Educación de la provincia la posibilidad de implementar una copa de leche. El aumento de la demanda alimentaria también se hace sentir en los establecimientos que ya cuentan con comedores: frente a la escasez de recursos, muchas veces se tienen que partir las raciones. Las hamburguesas se comparten y las milanesas llegan a cortarse en cuatro. Con el postre pasa lo mismo: una manzana sirve para dos chicos.
El titular de la cartera educativa de la provincia, Alejandro Rébola, no es ajeno a esta realidad. Ayer, el funcionario admitió que las partidas que reciben los comedores escolares son exiguas. "Hace más de un mes que elevé al ministro de Hacienda (Juan Carlos Mercier) un pedido para que se aumente de 65 a 85 centavos las raciones de comida y de 20 a 30 centavos la copa de leche", aseguró a la par que reconoció que los comedores están cada vez más poblados.
"La situación social es grave y tenemos un aumento de pedidos que, en la mayoría de los casos, tratamos de satisfacer", confió el ministro. Es que, a la par que muchas escuelas incrementan el número de sus comensales, otras golpean las puertas del ministerio para abrir un comedor o, al menos, hacerse de los fondos necesarios para brindar un desayuno o una merienda.
"Nunca vimos algo así"
En este trámite está Mirta Vignola, directora de la escuela Nº1240 Juan Carlos Sánchez. "Es muy triste. Tenemos chicos que lloran porque les duele la panza y nos cuentan que en todo el día no comieron. Nosotros nunca vimos algo así", contó la docente. La comunidad del colegio comenzó hace un mes a juntar la documentación necesaria para abrir un comedor. Pero, mientras tanto, no se quedan de brazos cruzados.
Durante la primera hora de clase, la directora pasa por todos los cursos con una alcancía para que los chicos que pueden dejen unas monedas para comprar alfajores o leche a sus compañeros. Otras veces son los mismos maestros los que arman una vaquita y aportan para el mate cocido o preparan pochoclo. "Terminamos haciendo beneficencia -se resigna Vignola- pero también sabemos que un chico mal alimentado no aprende".
Y esta situación no es exclusiva de la 1.240. Desde el 20 de mayo, en la escuela Nº 53 Bernardino Rivadavia (Juan Manuel de Rosas 1242) se da el desayuno o la merienda a unos 30 chicos cuyos papás están desocupados o tienen ingresos con los que no pueden sostener la alimentación de la familia. La tarea la llevan a cabo las maestras y las porteras con donaciones que aportan algunos padres.
"La realidad social de las escuelas del centro cambió mucho", aseguró Amelia Massa, directora de la escuela Nº 88 Juana Manso (Mitre 2337). "Nuestros alumnos eran chicos de clase media, hijos de trabajadores. Pero este año la situación es otra, tenemos alumnos que se descomponen por no haber comido y vivimos situaciones a las que no estábamos acostumbrados", aseguró.
Aquí también los maestros se encargan de comprar facturas o hacer la leche. "Pero esto se da en casos muy puntuales y sabemos que si la situación empeora, vamos a tener que afrontarla en serio", apuntó la directora.
Multiplicar los panes
En otros barrios de la ciudad, los docentes ya llevan años conviviendo con la pobreza. A lo que no estaban acostumbrados era a hacer milagros: "Con lo que aumentaron los precios de los alimentos es imposible mantener la misma cantidad y calidad de raciones de comida", explicó una directora de una escuela de la zona sur, pidiendo reserva de su nombre y del establecimiento "para no tener problemas con el ministerio".
La consecuencia es obvia. "Llegamos a partir las milanesas en cuatro y las facturas y las frutas en dos", aseguró otro grupo de maestros de la zona oeste después de que se les aseguró su anonimato. En esta escuela se reciben sólo 140 raciones de comida y diariamente almuerzan 230 alumnos. "Los más grandes no se llegan a llenar una muela y esperan a que los más chicos terminen de comer para ver si dejan algo", indicaron las docentes.
"Al principio los chicos se quejaban, ahora ya están acostumbrados", contaron en otro establecimiento de la zona oeste. Allí llegan diariamente 100 platos de comida para nada menos que 250 chicos. Es más, los alumnos de preescolar no están incluidos en el presupuesto por lo que sus papás los retiran media hora antes de la escuela "para que no vean comer a los más grandes y se quieran enganchar".
Con menos posibilidades que sus compañeras del centro, aquí también las maestras arman otras estrategias para suplir la falta de comida. Si no tienen leche, recurren a algún dispensario cercano o aprovechan cuando sobra pan del almuerzo para tostarlo en la merienda.
"No somos Dios, pero tenemos que multiplicar los panes", se quejan las maestras. Y esta treta no se enseña en ninguna de las materias de la currícula docente, pero se practica a diario cuando llega la hora de la comida y no alcanza lo que hay en la mesa.