Año CXXXV
 Nº 49.497
Rosario,
domingo  02 de
junio de 2002
Min 9º
Máx 19º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Historia del crimen
Una ofensa al honor en los años 20 lavada con sangre
La muerte de dos empleados de la Compañía de Tranvías fue la reacción de un albañil a un incidente mínimo

Osvaldo Aguirre / La Capital

Nicolás Calanni era un obrero ejemplar. Tenía 27 años y había llegado al país desde Sicilia. Trabajaba como albañil desde la mañana hasta la noche, ahorraba casi todo lo que ganaba y dedicaba los ratos libres a la construcción de su propia casa, en pasaje Azul (hoy Curie) al 2600. Pero algo extraño dormía en su interior y cuando eso desconocido salió a la luz arrasó con todo lo que encontró por delante.
La campanilla del teléfono repiqueteó una y otra vez en la Jefatura de Policía, la noche del 22 de abril de 1929. Dos hombres habían sido asesinados, la sangre cubría el pasaje Azul. Las víctimas, detalló la crónica de La Capital, "presentaban horribles heridas en el cráneo producidas con un hacha, según se cree, y además heridas de arma blanca y de bala en otras partes del cuerpo".
Los muertos eran dos vecinos, Francisco Saddemi y José Mondagna, sicilianos de 30 y 23 años respectivamente. El primero trabajaba como motorman de la Compañía de Tranvías y no era demasiado apreciado, ya que sentía más apego por la empresa que por sus compañeros. Se recordaba su intervención en una huelga: "pertenecía al personal adicto de la Empresa y durante la penúltima huelga fue el que sacó el primer coche la tarde que se produjo un gran tumulto en la avenida Pellegrini y Callao. Los huelguistas descendieron a Saddemi en dicha esquina y le aplicaron una paliza". Mondagna trabajaba en los talleres de la misma compañía.
Había además un herido, Lázaro Leone, un verdulero ambulante de 23 años. El joven acusaba un hachazo en la cabeza que por milagro no había terminado con su vida. Sin embargo, no pudo declarar porque decía que el golpe lo había dejado amnésico.
El caso no ofrecía ningún misterio. El asesino confesó enseguida: era Nicolás Calanni y había utilizado un hacha de picar carne. La policía detuvo además a un hermano, Antonino Calanni, de 25 años, y a un vecino, Salvador Petronitti, de 28.
Los detalles resultaban escabrosos. Los cadáveres de Saddemi y Mondagna fueron hallados casi juntos, frente a la casa del albañil. El motorman tenía varios hachazos en la cabeza y su compañero, además de heridas de arma blanca en la cara, tres disparos de bala efectuados a quemarropa por la espalda. Calanni se había querido cerciorar del crimen, y como advirtió algún movimiento en Saddemi le descargó un hachazo en la garganta.
-No hablarán más, no molestarán más -dijo-, me dejarán vivir tranquilo.
Parecía inverosímil que el albañil hubiera sido el autor de los crímenes. Tanto que enseguida se lo justificó. Nicolás era víctima de mafiosos. No los denunciaba por miedo. Lo extorsionaban, pretendían quitarle sus ahorros. Y como el albañil se negaba le hacían manifestaciones de desprecio, al punto de escupirle en la cara cuando lo cruzaban.
El caso pasó a manos del juez Máximo Santillán. Poco a poco la investigación exhumó una historia que no sólo estaba oculta sino que desmentía a la que parecía consolidarse en la superficie. En principio quedó en claro que Calanni no había sufrido ninguna extorsión. Luego surgieron circunstancias que deslucían su imagen: había sido detenido cuando corría por Oroño y Pellegrini, en la actitud de quien escapa y no del que quiere entregarse a la policía.
Otro dato sugestivo era que Saddemi y Mondagna, según averiguó el juez, estaban desarmados y fueron atacados por la espalda; Calanni se ocupó además de buscar a Leone para que lo golpearan sus compañeros.
"Encontramos a Nicolás Calanni como la figura dominante entre su hermano Antonio y su pariente Salvador Petronitti -dijo el juez-. Es el tipo meridional italiano, el hombre trabajador, ejemplar, buen vecino y compañero. Pero un buen día, por un disgusto insignificante, se revela con su bestia dormida". Saddemi, explicó a continuación, había tenido una discusión con Antonio Calanni. Y en medio de las palabras ásperas le propinó una trompada. Nada más. Y nada menos, porque según decía Santillán "con una tabla especial de valores juzgan las acciones que pueden afectar la integridad de su nombre o el concepto de su honor, extraño pero impuesto como verdadero eje de sus vidas".
Era cuestión de vida o muerte, entonces, y Nicolás Calanni no había dudado un solo momento.



Los personajes de una historia con más de 70 años.
Ampliar Foto
Diario La Capital todos los derechos reservados