Mientras aún persisten los ecos de la segunda vuelta presidencial en Francia, que puso a los votantes de ese país ante la disyuntiva de apoyar a un candidato de la derecha para evitar la llegada al poder de otro procedente de la extrema derecha, una celebración ha pasado casi por completo desapercibida: el quinto aniversario de Tony Blair en el poder. El primer ministro laborista ha triunfado, particularmente, en una cosa: en demostrar que el suyo no es un gobierno de izquierda y ni siquiera de centroizquierda.
El ascenso de la extrema derecha en Europa, del que el asesinato del líder holandés Pim Fortuyn constituye el momento más dramático, y el solitario éxito de Blair permiten a primera vista arriesgar dos certezas: que el ascenso de la extrema derecha es producto del declive de la izquierda europea y que Blair está tan a la izquierda como se puede estar en Europa en estos días. Pero, ¿es esto así?
Una opinión semejante puede ser matizada, pero no negada, por ciertos hechos. El triunfo de la derecha en las elecciones francesas fue tanto el producto de la fragmentación de la izquierda -media docena de candidatos reivindicaban esa definición- como la convicción del electorado de que esa izquierda acaba cohabitando con la derecha cuando ésta llega al poder.
La fragmentación de la izquierda, por su parte, es el producto no tanto de las ambiciones individuales de ciertos políticos sino, por sobre todo, de una cada vez más profunda necesidad de revisión ideológica. Condenada por ciertos anticuerpos propios del sistema democrático a mantenerse en una posición centrista, la izquierda se ha visto cambiar de rostro tantas veces como llegaba al poder en algún país europeo para tener sólo uno: el de administradora de una incómoda liberalización a la que el ciudadano de a pie se resiste, y que por principio afecta en primer lugar al electorado natural de la izquierda, la clase obrera.
La era de los "no global"
Ante esta dificultad para llevar a cabo su programa, sus banderas revolucionarias han sido adoptadas por grupos de difícil definición surgidos en la última década con una fuerza aparentemente incontrolable. Estos grupos, caracterizados por su actitud de rechazo -a la globalización, a la contaminación, a la discriminación, etcétera-, han acabado aglutinando a los sectores jóvenes de la sociedad, que ven a la izquierda como una opción demasiado "dentro del sistema" para ser tenida en cuenta.
Puesto que en el poder la izquierda no ha podido mejorar la distribución de la riqueza, limitar el acceso de inmigrantes -vistos por parte de la sociedad europea como una amenaza económica y social- y que, en cambio, se ha limitado a administrar el progresivo deterioro del Estado de Bienestar, el electorado francés, y también el del resto de Europa, se inclinó y se inclina por programas políticos que apuntan a reforzar este Estado, votando paradójicamente a la derecha para dar paso así a una política de izquierda.