Año CXXXV
 Nº 49.497
Rosario,
domingo  02 de
junio de 2002
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Análisis: El peronismo y el dolor de ya no ser

Mauricio Maronna / La Capital

Al oficialismo lo salvó la campana. Como esos boxeadores rústicos que pelean cada round a todo o nada, el presidente debió apelar a un desgaste extremo para seguir sobreviviendo con respirador artificial. Desde la confesión del "hartazgo" por la tarea de gobernar, hasta la amenaza de renuncia, Eduardo Duhalde utilizó todas las opciones posibles de dramatismo para ¿evitar? que el poder institucional se desplome como un castillo de arena cuando sube la marea. Y ya no le queda casi ninguna bala de plata en la recámara.
La cumbre de gobernadores, primero, y la agónica victoria en el Senado, después, significaron para Duhalde lo que un tubo de oxígeno representa para un enfermo en estado casi terminal. "Si no salía la ley me tenía que ir a mi casa", confió el viernes el jefe del Estado cuando ya el Senado había derogado la ley de subversión económica merced al gol de oro convertido por el cordobés Juan Carlos Maqueda.
La sesión de la Cámara alta se constituyó en el mejor espejo para que el justicialismo se mire y descubra su actual rostro: lo que en su momento fue el movimiento nacional organizado hoy es un aquelarre de facciones. Si el test se traslada a Diputados y a las provincias, el resultado no ofrece variaciones de fuste. Afortunadamente para el PJ, la oposición luce improvisada, carente de ideas fuerza y dividida en liderazgos testimoniales que lejos están de generar adhesiones a libro cerrado en la sociedad, también parcelada por intereses disímiles y, lo que es peor, con la sensación de haber perdido la capacidad de asombro.
Las oscilaciones del gobierno y las mezquindades de la inmensa mayoría de los dirigentes (oficialistas u opositores) tornan casi utópica una salida ordenada que desemboque en septiembre de 2003. Un acuerdo con el FMI, aunque imprescindible para el país como un vaso de agua para un sediento, lejos estará de borrar un panorama socioeconómico que parece espolear la crisis hacia la hiperinflación.
¿Cómo hará el PJ para dirimir su interna, consolidar un liderazgo y disciplinar a tantos caciques módicos? Pero este interrogante es, apenas, el árbol que no deja ver el bosque. La pregunta de fondo es otra: ¿qué es hoy por hoy el peronismo? Entre la dolarización que propone Menem, el realismo a veces mágico de Rodríguez Saá, el equilibrio fiscal que desea Reutemann (por primera vez liderando en Rosario una encuesta de intención de voto a presidente) y el discurso setentista que pregona Kirchner, es imposible pensar en un acuerdo básico y sustentable que le permita al PJ transitar por aguas calmas.
Si se mira hacia la oposición, el panorama no despierta demasiada adrenalina. Elisa Carrió pregona un "huracán" tras otro, pero lejos está de desempolvar un programa de gobierno que pueda alejar al país de la tormenta. Luis Zamora sabe desde lo íntimo que no podrá ser gobierno, pero esa certidumbre le permite mantener firme su discurso antiposibilista y bien alta su consigna de "que se vayan todos". Tanto Carrió como Zamora despejaron una eventual alianza electoral: una vez más el progresismo dispersará sus voluntades.
Por el lado del radicalismo, la cuestión es mucho más urticante: el centenario partido de Alem está tan cerca de tener chance en una elección como Costa Rica de ganar la Copa del Mundo.
Hacia la derecha, la sumatoria de Bullrich, López Murphy y Macri apenas si se acerca al 13% de los votos.
De aquí hasta que se abran las urnas, a la dirigencia actual la acorralará un pedido popular valedero: salida del corralito, fin de todos los mandatos, eliminación de listas sábana, disminución del número de integrantes de los cuerpos legislativos y deliberativos, reducción drástica del financiamiento a los partidos, renovación de cuadros y eliminación de las jubilaciones de privilegio.
Debe decirse: muy poco de esto se hará en el breve mandato que le queda a Duhalde, quien desaprovechó la oportunidad histórica de reconciliar al poder con la sociedad. En vez de encarar seriamente estas cuestiones, el gobierno (débil desde su génesis legislativa) se emborrachó con utopías incumplibles, devaluó la moneda y osciló entre las salidas populistas in extremis y el latiguillo de "o acordamos con el Fondo o nos caemos al abismo".
El presidente deberá decidirse de una vez por todas, ya no a ser el Adolfo Suárez argentino, sino a convertirse en el timonel que lleve al país a navegar en aguas un poco más calmas.
Para que esto se haga realidad hace falta sentido común: los gobernadores tendrán que acompañar, aun mordiéndose los labios, y los opositores darse cuenta de que debajo de las baldosas no está la playa sino una ciénaga que terminará devorándose a todos por igual.
Unos y otros, al fin, deberían comprender que el mediocre timonel no conduce un transatlántico portentoso en zona de tormenta. Está al frente de un gomón pinchado al que le entra agua desde todos los costados.


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