Como todos los días, suena el despertador a las 6.30 y María J. salta de la cama. Sabe que tiene los minutos contados para vestirse y llegar a horario a su empleo público, que mantiene celosamente desde hace una década. Entre las almohadas, Roberto, su marido, tendrá media hora más para descansar. Luego despertará a su hijo de nueve años, lo llevará a la escuela y reemplazará el tablero de arquitecto por el bolso de compras. Ya no tienen empleada doméstica. La desocupación ha empujado a Roberto a ser el nuevo amo de casa de su hogar, una típica familia de la vapuleada clase media argentina.
Con índices alarmantes de desocupación que superan al 20 por ciento y una espiral inflacionaria que amenaza con descarrilarse, historias como las de María J. y Roberto se reproducen en muchos hogares y confirman que no son una excepción.
Según datos del gerente local de la Ansés, Guillermo Beccani, en el último trimestre de 2002 los hombres se llevan el 73 por ciento de los subsidios por desempleo en el Gran Rosario. Así las cosas, en muchas familias las mujeres han pasado a ser el sostén económico, ya que mientras ellos son despedidos, en muchos casos es más probable que ellas mantengan el empleo.
A esta decena de miles de hombres que pasan a formar parte del creciente frente de desocupados les queda como una única chance trabajar en un entorno donde hasta ahora tenían poca experiencia: sus propias casas. Este cambio de roles está revirtiendo la situación de medio siglo atrás, cuando las mujeres tenían casi por única profesión realizar las tareas del hogar y los hombres se jactaban de no lavar la ropa ni pisar la cocina.
Cambios traumáticos
María J. sabe hoy más que nunca que su empleo en una repartición provincial se convirtió en la columna vertebral de su familia. Gana unos 1.100 pesos y regresa entrada la tarde a su departamento. Su marido, Roberto, hasta hace unos 16 meses no solía estar en casa durante el día. Tenía, junto a dos socios, un estudio de arquitectura que se fue desmembrando a medida que la crisis pulverizaba sus esperanzas.
La empleada que solucionaba los problemas domésticos del matrimonio es hoy parte del recuerdo y el inexperto hombre ha comenzado a lidiar con las tareas hogareñas. "A mí antes no me sacabas de hacer hamburguesas, huevos fritos y pasta, pero ahora he ampliado mi menú y cocino tartas de acelga, pastel de carne y pollo al limón. Voy al súper, limpio la cocina y hasta hago las camas todos los días", confiesa Roberto.
María J. reconoce que estos cambios de roles fueron muy traumáticos. "Antes mi trabajo era un complemento para ir de vacaciones, o cambiar el auto. Hoy no sé qué haríamos sin mi empleo", asegura.
Roberto reconoce que todavía reniega con algunos electrodomésticos de la casa, como el lavarropa, y aclara: "De la plancha ni me hablen, porque soy un desastre. Mientras podamos, la ropa la hacemos planchar afuera".
No obstante, Roberto ve también un costado positivo de la crisis que vive. "La verdad es que antes ni sabía lo que mi hijo aprendía en la escuela. Hoy me engancho con la tarea y me siento un poco más cerca de lo que le pasa", reflexiona el profesional de 36 años.
De ingeniero a niñero
El relato de Julia y Ricardo es similar. Tienen un bebé de tan sólo dos meses. El es ingeniero y hasta diciembre no paraba de absorber proyectos. Ahora está sin trabajo y cuenta con tiempo ocioso que dedica casi exclusivamente a Joaquín y a otro hijo de edad escolar del primer matrimonio de su mujer.
Los ingresos de la pareja se vieron reducidos a los casi mil pesos que Julia gana por desempeñar un cargo jerárquico en una empresa de telefonía celular. "Como toda la clase media, perdimos la capacidad de ahorro, y encima nos quedó plata en el corralito", se lamenta la mujer, de 33 años, quien debió recortar gastos, como el transporte que llevaba diariamente a su hijo de 8 años al colegio.
Los abruptos cambios obligaron a Ricardo a convertirse en niñero de su propio hijo. "Yo me voy a trabajar a las 8.30, y hasta las 18 no nos vemos. Ahora él le cambia los pañales, y sabe cuándo hay que aumentarle la leche de la mamadera. Prefiero toda la vida que esté con su padre que con una niñera", añade.
Ambos desde la casa que habitan en Funes saben que los roles se invirtieron, "pero no es tan terrible y sirve para romper los patrones culturales machistas de esta sociedad", apunta ella. Ricardo hace pocos meses recorría las obras y supervisaba a los operarios. Hoy la recesión económica ha redimensionado el valor que tiene para él su pareja.
Una cuestión de costumbre
De igual modo razona Mauricio, de 31 años, quien junto a Susana, de 30, están juntos desde hace seis años. "Cuando empezamos a salir, yo tenía un trabajo muy bien remunerado en una multinacional, y era como que ella hacía sus rebusques como profesora de gimnasia", apunta. Hoy, ella sostiene el pequeño departamento que comparten en el macrocentro de Rosario: da clases de step y aeróbica.
Para Mauricio "es difícil asumir lo de estar en casa, porque uno crece con la idea de ser sostén de familia; cuesta mucho acostumbrarse a una realidad tan distinta".