Se podría decir que el argentino Andrés Rivera marcha por un camino solitario, extrañado de todo, cargado de melancolía y de reproches, sintiendo un regusto amargo, el que producen las batallas y el tiempo que se han perdido irremediablemente.
Quien ha seguido su derrotero sabe que Rivera es un escritor singular, que ha hecho de un estilo sobrio, espartano, muy personal, una suerte de "carta de presentación" que impide ser confundido con cualquier otro narrador y que en su obra de honda poesía existencial hay una resistente raíz contestataria. Nunca se lo encontrará complaciéndose con lo que existe y rodea, por el contrario, sus libros son verdaderas diatribas contra lo instituido. A veces para eso revisa el pasado, otras se ubica en el presente, en todos los casos develará el dolor y la causa miserable que lo produce.
Nacido hace 73 años con el nombre de Marcos Rybak, militó desde joven en las filas del Partido Comunista, al igual que sus padres. De joven también ingresó a la lucha sindical y esa doble opción de vida, la militancia política y gremial, le trajo aparejado satisfacciones personales y muchos, reiterados, sinsabores. "Andrés Rivera" fue el nombre que eligió para publicar sus primeros textos cargados de ideología y de denuncias. Después fue alejándose del PC hasta romper con él y su literatura felizmente cambió, se enriqueció. Dice la crítica con acierto que la literatura de Rivera pasó primero por la del norteamericano Raymond Chandler y más tarde por la de Borges, al que leyó -y muy bien- cuando ya había dejado de lado las anteojeras que suele colocar la trinchera política.
A lo esencial
Aprendió el escritor que debía despojarse de retórica vacía e ir a lo esencial. Y lo logró, con ese estilo reiterativo que el austríaco Thomas Bernard impuso y que muchos en Occidente han copiado, incluyendo a varios argentinos, con menor o mayor felicidad. Rivera ha cruzado también ese puente pero ha regresado con un lenguaje que terminó resultándole tan propio como intransferible.
Ha escrito grandes libros, muchos de ellos con resonancias de nuestra historia: "La revolución es un sueño eterno", "El amigo de Baudelaire", "La sierva", "Los vencedores no dudan", "El Farmer", "Hay que matar", "Tierra de exilio", para citar a los más importantes entre un total de catorce títulos.
Ahora regresa con "Para ellos, el Paraíso" (Alfaguara, 2002) un volumen integrado por cuatro novelas cortas, la que da título al libro y "Cita", "Apuestas" y "Guido", este último homenaje al dirigente gremial italiano Guido Fioravanti, un hombre austero que -cuenta Rivera- "bajaba del andamio para atender hasta las primeras horas de la madrugada sus tareas gremiales" y a quien el gobierno conservador del general Agustín Justo lo envió en un barco para ser entregado a la canalla de Benito Mussolini. Historia conocida.
"Cita" es en realidad la reescritura ("reescribí «Cita» no importa, ya, en cuántas oportunidades", comenta el autor) de un texto cuyo original data de 1966. A su vez "Apuestas", que ha sido respetado en su formato primigenio, fue publicado por primera vez en 1986, mientras que el relato que da título al libro es inédito.
"Cita" y "Guido" tienen que ver centralmente con la militancia, la misma de la que viene Rivera y a la que muestra arriesgada y consistente. "Para ellos, el Paraíso" remite en cambio a las esferas del poder, ese poder casi omnisciente con el que el autor mantiene un sostenido litigio y que de una u otra manera asomó en sus historias que han reflexionado y abrevado en el pasado (para repercutir en nuestro presente) como "La revolución...", "El amigo de Baudelaire", "La sierva" y hasta "El Farmer", el personal acercamiento de Rivera a la vida de Rosas después de su derrota. En términos de presente el texto puede ser vinculado con otro libro en el que los "vencedores" protagonizaban el relato: "Los vencedores no dudan" y con la propia "Apuestas".
En ésta, Augusto Miller, empresario, y Juan Pablo Lanes, ejecutivo de empresa con ansias de ascender por la escala social, hacen sus personales apuestas en torno a ese poder omnímodo que en las sombras todo de verdad lo preside en este país al que uno de los hijos del primero, autoexiliado, califica de "patria de asesinos". La "pérdida" del hijo para Miller, el secuestro de su hija, para Lanes, son el precio que pagan para el triunfo mundano. Para esta historia de sentimientos difusos y turbios Rivera utiliza un lenguaje cifrado, casi hermético, que reclama atención al lector.
Ocurre con los otros tres relatos: "Cita" tiene que ver con el compromiso y la traición; "Guido" es el homenaje a un hombre espartano, puro, que todo lo soportó por sus convicciones y a todo abandonó, incluyendo al amor; "Para ellos, el Paraíso" recupera al Rivera que ha sabido relatar desde la sordidez, con un humor negro y despiadado evidenciado, por ejemplo, en "La sierva" y que aquí se reitera y en el que el sexo humillante y servil cobra un relumbrante papel protagónico.
Texto a texto más reconcentrado, más "aislado" y menos transigente que nunca, el autor de "La revolución es un sueño eterno" demuestra que a los 74 años está entero y que tiene aún mucho para decir. Es una suerte que haya sabido escapar a cualquier adocenamiento. Es una suerte mayor aún tenerlo entre nosotros.