Las estaciones de servicios son uno de los blancos predilectos de los asaltantes. Allí, no sólo los playeros tienen dinero en efectivo sino que los modernos minimarkets anexos manejan diariamente recaudaciones. Pero las consecuencias de los repetidos asaltos trascienden el daño económico. En un momento en el que la fuente de trabajo es un bien altamente preciado, hay empleados que privilegian sus vidas por sobre cumplir funciones en lugares tan expuestos. El ejemplo más concreto y cercano en este orden es el de un trabajador de la estación de Caseros y Junín que tras el último atraco, el pasado domingo, decidió renunciar. A las 6.05 de la mañana de ese día, cinco minutos después que la custodia policial asignada por la comisaría 8ª se retirara del comercio, dos jóvenes se acercaron al buzón instalado en el minishop y encañonaron con un revólver al encargado, un muchacho de 24 años llamado Gustavo. "Le pidieron un sandwich y cuando el muchacho se lo puso sobre el cajón lo apuntaron y le pidieron la plata", explicó Leandro Segura, dueño del comercio, que había denunciado hace una semana en La Capital haber sufrido cinco robos en 20 días. Para Gustavo, que se retiró, no fue un robo más. Hacía cinco meses que había comenzado a trabajar en el local y la experiencia de enfrentarse como víctima con el primer robo lo desalentó a continuar. "El muchacho decidió renunciar porque se sintió desprotegido y no estaba dispuesto a arriesgar su vida" en un hecho violento, concluyó Segura. "La policía reforzó mucho la custodia pero el domingo, en los cinco minutos del recambio, nos robaron".
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