Que dos países organicen conjuntamente un Mundial de fútbol supone, cuanto menos, una relación de camaradería entre ambos. No es el caso de Corea del Sur y Japón, las sedes del Mundial que comenzará el 31 de mayo, el primero de la historia que se disputará en Asia, con sede compartida y dos idiomas diferentes. Ambas naciones jamás terminaron de limar viejas rencillas surgidas, fundamentalmente, durante el dominio que ejerció Japón sobre la península coreana entre 1910 y 1945.
Desde que el 1º de junio de 1996 se conoció que Corea y Japón organizarían el primer Mundial del siglo, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa) se preocupó en todo momento por no herir susceptibilidades. Sabedores de las asperezas persistentes entre los dos países, los principales dirigentes del máximo organismo del fútbol mundial decidieron que todo el sistema de juego se distribuyera en partes iguales. A saber:
* De los 64 partidos, 32 se jugarán en Corea del Sur y la otra mitad en Japón.
* El encuentro inaugural, entre Francia y Senegal, tendrá lugar en Seúl (Corea del Sur); la final, en Yokohama (Japón).
* El sorteo preliminar para conformar los distintos grupos de las Eliminatorias mundialistas se hizo en Tokio, la capital japonesa; el de cada uno de los ocho grupos del Mundial, en Busán, Corea.
La confirmación de que Corea y Japón organizarían el Mundial 2002 tuvo lugar durante la gestión del brasileño Joao Havelange, quien le dejó un explosivo obsequio a su sucesor, el suizo Joseph Blatter.
Havelange apoyó a muerte a Japón, pero dos días antes de la elección indujo a los dirigentes nipones a que aceptaran compartir la sede con Corea, ante las fuertes presiones que en tal sentido ejerció la influyente Unión Europea de Fútbol (Uefa). Aquel 1º de junio, se lo vio al presidente de la Federación de Fútbol de Corea, Chung Mong Joon, en conferencia de prensa, burlarse sutilmente de su colega japonés Ken Naganuma, llamándolo con ironía "nuestro gran amigo". Hasta el momento en que Havelange dio el brazo a torcer ante la Uefa, los japoneses había sido los firmes candidatos y Chung, un enemigo que ni siquiera les dirigía la palabra.
La necesidad de repartir todo en partes iguales como si se tratara de dos hermanos mellizos y no de dos países, complicó los planes de la Fifa desde un primer momento. Logísticamente, la organización del Mundial se transformó en un serio problema. "Si vuelve a haber alguna vez una organización conjunta será con un país que lidere sobre el otro. Esto es como organizar dos mundiales simultáneamente. Por suerte, Alemania 2006 no será así", protestó Blatter hace dos meses.
En actos públicos, los dirigentes de ambos países sostienen que el fútbol será "el lenguaje del entendimiento", pero suenan poco creíbles. Desde un primer momento, ambos comités organizadores intentaron -a veces sutilmente y otras no tanto- sacar ventaja respecto del otro. Japón procuró revertir el orden en el nombre oficial de la competencia, que es Mundial de Corea/Japón 2002. Corea se opuso terminantemente.
Otro ejemplo revelador de sus deudas pendientes es que por el momento no hay material de promoción conjunto: si lo editan los coreanos, la información de Japón se reduce a una discreta última página; si lo hacen los japoneses, casi ni se habla de Corea.
Si uno gana, el otro llora
Kunishige Kamamoto, vicepresidente de la Federación japonesa y del comité organizador japonés, aseguró "haber escuchado" que Corea del Sur apoyó su candidatura para conseguir la sede del Mundial con regalos y favores. Una acusación dura, de esas que dificultan cualquier intento de convivencia.
Las diferencias eternas están tan vigentes que el emperador japonés Akihito ya comunicó -argumentando razones de seguridad- que no participará de la ceremonia inaugural en Seúl. Ningún emperador japonés pisó Corea tras la guerra, y Tokio dio a entender en varias ocasiones que no ve madura aún la situación para hacerlo. El enigmático y poderoso Chung Mong Joon, quien además de presidir la Federación de fútbol de su país, dirige el Comité Organizador coreano y ostenta una de las vicepresidencias de la Fifa, le hizo la siguiente broma a un periodista de la agencia de noticias dpa que lo consultó al respecto: "No creo que la gente de Corea vea mal que se invite al emperador japonés, aunque un experto en el tema me dijo que si finalmente viene habrá 80 mil personas en el estadio... y dos millones esperándolo a la salida". Asimismo, el presidente surcoreano, Kim Dae Jung, aún no fue invitado por el gobierno japonés para presenciar la final en Yokohama.
En medio de la batalla hay una certeza compartida: deportivamente, la victoria del otro significaría la derrota propia. En noviembre pasado, el diario The Korean Times afirmó que la peor pesadilla para los coreanos sería quedar eliminados en primera ronda y que Japón avance a los cuartos de final. Un pequeño anticipo de este eventual escenario deportivo se vivió en junio del año pasado, cuando Japón llegó a la final de la Copa Confederaciones (perdió ante Francia 1-0) y Corea del Sur quedó en el camino en la fase inicial. Las críticas de los hinchas y la prensa coreanos, que vivieron la eliminación como una catástrofe, se vieron acalladas sólo en parte con los festejos por el triunfo francés en la final.
El terreno educativo también fue, en los últimos meses, factor de tensión. En muchas escuelas japonesas se enseñan textos que pontifican aquel dominio sobre la península coreana, lo que despertó una nueva polémica entre las dos naciones. "Los sentimientos populares no se deben menospreciar", advirtió Chung Mong Joon, quien además aspira a llegar a la presidencia de su país en algún momento.
El gobierno de Seúl pidió que 35 controvertidos pasajes de varios textos fueran modificados antes de que comenzaran a utilizarse en las escuelas japonesas en el presente mes. Los coreanos aducen que en esas páginas se omiten las atrocidades que cometieron los soldados del Ejército Imperial de Japón durante aquellas décadas. El reclamo, por supuesto, no prosperó. Tokio se negó a modificar esos textos revisionistas que justifican la colonización y Seúl estalló, argumentando que amenazan el espíritu de concordia. Por cierto, en Japón nadie hizo mucho caso: la concordia con los coreanos es algo que ya ni se discute.