Año CXXXV
 Nº 49.400
Rosario,
domingo  24 de
febrero de 2002
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Testimonios de García Uriburu bajo la óptica de Pierre Restany
En el libro "Utopías del Sur", el crítico francés recorre los pormenores de la trayectoria del artista argentino

Nicolás García Uriburu y Pierre Restany celebran la amistad que desde años mantienen en "Utopía del Sur", un libro de reciente edición que testimonia la pasión americana que comparten el artista argentino y el crítico francés.
La investigación de Restany detalla con pormenores la trayectoria del pionero del arte ecológico y sigue el esquema clásico de Vasari al examinar la vida y obra de Uriburu en orden cronológico.
La elección era casi obligada por la precocidad del artista y la temprana vinculación con Restany. El ordenamiento favorece la confrontación del desarrollo conceptual y las obras y acciones realizadas a lo largo de cuarenta años, en tanto que las reproducciones, documentación y fotos subrayan la coherencia del discurso poético del artista que en 1968 tiñó de verde los canales de Venecia.
Fue Manuel Mujica Láinez quien advirtió la raíz argentina del joven huraño que hizo su primera exposición a los diecisiete años. Integrada por dibujos humorísticos aquella muestra (1958, galería Müller) daba cuenta de la capacidad de observación y destreza gráfica. Pero dos años más tarde otra exposición lo presentó como pintor diestro en manipular materia, texturas y acordes cromáticos muy próximos al tachismo francés.
Estos recursos plásticos estaban al servicio de su singular visión de la naturaleza, del paisaje pampeano. La elección del tema y la adición de arena para dar espesor y textura a los pigmentos fijaron la identidad de Uriburu.

Unánime reconocimiento
Los logros del joven autodidacta recibieron el espaldarazo de los críticos Germaine Derbecq, Hernández Rosselot, Rafael Squirru, Hugo Parpagnoli, Córdoba Iturburu y Mujica Láinez. Tan insólita unanimidad consagratoria le valió la obtención de becas, premios y su primer viaje por América y Europa.
Restany llama bulimia cultural a esta experiencia intercontinental. A su regreso al país, Uriburu debió metabolizar tantos estímulos. Se replegó, volvió a sus raíces ahora amplificadas al continente americano y cerró cuentas con su historia familiar.
A este proceso pertenecen las series "Ombúes", "Colectivos", "La familia" y "Madres posesivas". Hay un doble registro en el tratamiento plástico de estas series. En los paisajes, el artista atempera la materia para exaltar el color. Las formas se aplanan, se vuelven emblemáticas al soslayar la representación mimética. En contraposición, la serie de "Colectivos" remite a su infancia, a la vida urbana en clave pop. Aquí, la "vieja, honda raíz argentina" incorpora la porteñidad y esboza la futura interpretación de los mitos populares.

A partir del Di Tella
Uriburu y Restany se conocieron en 1964, en el Instituto Di Tella. A partir de ese momento, el crítico se transformó en testigo presencial y a menudo copartícipe del desarrollo creativo del artista, a quien vaticinó un destino fuera de lo común.
Se reencontraron en París, donde el pintor y su ex mujer (Blanca Alvarez de Toledo) se establecieron en 1965. Uriburu se integró rápidamente al mundo de arte parisino al punto de deslumbrar al tout París con su barroca versión pictórica de María Antonieta y "las Capeto".
La alusión a las favoritas reales fue premonitoria de las convulsiones de mayo del 68 que pusieron en jaque al gobierno gaullista y a su ministro de Cultura, André Malraux. Mientras París ardía, el artista configuró una nueva visión de las relaciones entre arte y sociedad. Ya no se trataba de representar o metaforizar el paisaje. Había llegado la hora de intervenir en el espacio natural mismo, en los cuatro elementos esenciales: tierra, agua, aire, fuego. Pintar el mundo sobre el mundo mismo.
Uriburu decide abandonar el soporte usual del pintor (tela, papel) y opta por el soporte móvil del caudal de ríos, canales, fuentes. La primera intervención fue en Venecia con la célebre coloración de los canales.
El artista había conciliado la exigencia estética con la ecológica al apelar a la fluoresceína, sodio fluorescente atóxico. La sustancia se comercializa en tres colores (rojo, azul, verde) de diversa connotación simbólica. Uriburu optó por el verde, emblema de la naturaleza. Y con él tiñó el Gran Canal en plena efervescencia política de la Bienal de Venecia de 1968. La acción no estuvo carente de riesgo para el artista argentino y su amigo francés.
Restany confiesa que, por contingencias etílicas, sólo participó del acto final. Y se excusa argumentando que más valía malbaratar treinta kilos de fluoresceína que los setenta kilos de su alcoholizado organismo.
Muchas aguas de ríos, mares, canales y fuentes corrieron desde aquel entonces. También expandieron el escenario internacional de intervención del artista y los contornos del teórico francés, definitivamente adherido a la "Utopía del Sur".
La marca veneciana signa todo el desarrollo posterior. Lo efímero del prodigio cromático se compensó con la alerta ecológica, ética, de la intervención artística. La prosa de Restany es sabrosa, autoirónica, pero siempre atenta a la precisión histórica y documental.
Uriburu tiene mucho por decir, aportar e intervenir desde su raigal identidad sureña. Y no es azaroso que su inversión de la tradicional representación geográfica del continente coincida con el ideal de Simón Bolívar y con la visión de Joaquín Torres García con los que él inscribe su pasión americana.



"Ombú y río de la Plata", óleo sobre tela de 1990.
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