El fútbol siempre fue usado por los gobiernos como sedante a la conciencia popular pero los últimos hechos de violencia en las canchas hacen pensar en un efecto bumerán. Al fin, las canchas son un fiel reflejo de lo que pasa fuera de ellas. La tensión social pasa de las calles a las tribunas y sin solucionar las causas que producen aquella parece imposible ponerle coto a esta. Por eso la muerte volvió de visita, desde el Cilindro de Avellaneda a La Plata, pasando por una cancha de la D, después de haber avisado en Mar del Plata en el último Boca-River e intimidar en Racing-Central. Pero sin ir tan lejos en lugar y tiempo, aún queda pendiente el esclarecimiento del atentado en el último clásico rosarino donde casi pierde la vida un cabo de policía, caso testigo de estos tiempos de pactos cómplices que trata de burlar la voluntad del hombre común, el hincha en este caso. A tres meses y medio de aquel hecho en el Coloso, a menos de dos del próximo choque en el Gigante de Arroyito, y mientras en el club auriazul ex jefes de barras vuelven tristemente al ruedo, los antecedentes recientes obligan más que nunca a una respuesta.
Ni Fair Play puede desentrañar la compleja madeja de relaciones cómplices que tejen un manto de impunidad a muchos de los acontecimientos violentos que nunca terminan de aclararse. Relaciones de poder en definitiva. Y así como los grandes grupos económicos buscan mantener sus prebendas en el concierto de un país en llamas que ellos mismos generaron junto a sus amigos políticos, así también el estrecho vínculo dirigentes-barras-policías conserva un status que ni la pérdida de una vida humana parece capaz de romper. El clásico de aquel 11 de noviembre de 2001 parece ser un ejemplo concreto.
Manto de olvido
Parece mentira que se cubra con un manto de olvido un hecho que pudo terminar en tragedia, no sólo por la vida del cabo del Comando Radioeléctrico César Miguel Juárez, sino porque pudo tocarle al árbitro, a un jugador, un fotógrafo o un pibe alcanzapelotas. Los históricos y lamentables sucesos que pasaron en el país desde entonces actuaron como antídoto a la memoria colectiva, pero el regreso del fútbol reavivó las heridas de una sociedad enferma por el virus de la corrupción.
El silenzio stampa obliga a pensar en un pacto cómplice, donde no es difícil imaginar a barrabravas protegidos desde algún sector de la Justicia, de la policía y, ni hablar, desde el ala dirigencial.
Sólo por balas de goma
La causa parece parada en el Juzgado de Instrucción Número 7, a cargo de del juez EduardoSuárez Romero. Pese a que se allanaron varios domicilios de los miembros de la barra brava de los Pillines en los días posteriores al clásico, en realidad parecieron más bluff que otra cosa. Sin embargo, fuentes consultadas por Ovacion aseguraron que tanto el que entró el arma al Coloso como el que disparó habrían pasado por tribunales, pero se fueron como vinieron. Y el que gatilló habría recibido incluso la sugerencia de irse del país. Su destino sería Paraguay, adonde aún se encontraría. Inclusive, habría conversaciones teléfonicas entre dirigentes y barras que hablaban de la situación.
En realidad, sólo dos personas fueron procesadas: dos oficiales del Comando Radioeléctrico, de apellidos Iriarte y Rocillo, que dispararon balas de goma a la tribuna de Central después de que hirieron a su compañero Juárez.
También recibió un sumario administrativo el oficial Alberto Martínez, del sindicato de policías, por la entrevista que publicó Ovacion en la que denunciaba la supuesta asociación ilícita entre barras-policías-dirigentes.Pero de apuntar a los culpables, por ahora ni hablar. Y eso de que hay indicios de sobra de que la barra de los Pillines no fue requisada en la puerta 8 del Coloso al momento de ingresar. Pero nadie citó a los policías que estuvieron apostados ese día en esa entrada para corroborar esa información, como tampoco a quien estaba a cargo de ella, el comisario de la seccional 11ª Francisco Gambacurta, de quien se afirma tiene relación familiar con el jefe de la barra canalla, Andrés Pillín Bracamonte.
Tampoco, increíblemente, se le tomó declaración al cabo César Juárez, pese a que un mes después de recibir los balazos que destrozaron su bazo y partieron sus intestinos en siete partes, declaró en estás mismas páginas de Ovacion que esperaba ansiosamente que lo citasen.
Lo que se dijo y lo que sería
Varias hipótesis se tejieron en los días posteriores al clásico sobre las causas de los disparos. Se habló de una supuesta vendetta con hinchas de Newell's y se relacionó el hecho con uno ocurrido la noche anterior, en el que hirieron de bala a la esposa del famoso barrabrava Paquito Ferreyra, también miembro de la banda de los Pillines.
Se dijo también que se trató de una interna policial, que fue un plan orquestado para desestabilizar a algún sector que pugnaba en ese momento por tomar el poder en la Unidad Regional II. También se lo relacionó con la convulsionada vida política en Central de esos días.
En realidad, todos esos argumentos parecieron desviar la atención hacia una causa mucho más simple: el irracional que disparó lo habría hecho por el simple hecho de atentar contra la yuta, porque no le gustó que esta impidiera que varios de los que estaban colgados del alambrado ingresaran a la cancha, cuando algunos jugadores se acercaron a ofrendar sus camisetas tras el empate.
Y para eso contó con un arma, que por otra parte ingresaría habitualmente a los estadios por la impunidad con que se manejan. A esta altura no es sorpresa que algunos barras van calzados a un partido.
Siete veces habría disparado el criminal, al bulto, a través de una bandera que ofició de mudo testigo. Pero nadie vio nada y el sistema de TV cerrado del Coloso no aportó datos porque simplemente no habría funcionado ese día, pese a que se dijo lo contrario.
A tres meses y medio del atentado en el espectáculo deportivo más caro al sentimiento de la ciudad y cuando faltan menos de dos para el próximo clásico (será el 14 de abril, enArroyito), mientras la muerte se pasea impune en otras canchas sin detenidos ni sospechados, acá no ha pasado nada. Juárez vive, para algunos eso fue un gran alivio. Pero el pueblo futbolero necesita respuestas, como todos los argentinos que manifiestan desde distintos sectores buscando romper telarañas de poder tan impunes como las del fútbol.