Año CXXXV
 Nº 49.399
Rosario,
sábado  23 de
febrero de 2002
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Reflexiones
De la chapita al plástico

Juan carlos Vennera

Tengo un amigo memorioso. Recuerda que cuando era uno de los tantos obreros de la empresa azucarera Ingenio Ledesma de Jujuy, allá por los años cincuenta, tenía una chapita con un número, el 972.
Me relata que "con esa chapita iba a todos lados, cuando entraba al ingenio la debía dejar en un ganchito -que había en una madera- donde estaban colgadas otras con los números que identificaban a los obreros, y eso significaba que estaba trabajando. Y cuando iba al almacén de ramos generales exhibía la chapita y lo que compraba lo anotaban en un libro y el monto de lo que había gastado lo descontaban de la quincena". Y me sigue contando, "lo mismo pasaba cuando iba a la carnicería, al almacén, a la panadería. Yo solo tenía que decir el número de la chapita".
Hace un silencio, medita y me dice: "El Ingenio pagaba todo lo que yo gastaba y me lo descontaba de la quincena. Yo siempre cobraba algo de dinero, pero mi viejo... a mi viejo nunca le daban las cuentas... siempre quedaba debiendo".
Como perdido entre los recuerdos que se abarrotan en su memoria, reflexiona: "Era como si los dueños del Ingenio Ledesma, los Blaquier, me hubieran dicho: llevá siempre la chapita en la mano, gastá, que después la empresa paga todo".
Mi amigo sigue hablando y me quedo detenido en lo que dice y entonces pienso, que si bien hay mucha tecnología de por medio, en realidad, en la esencia misma de la relación laboral, muy poco o casi nada, ha cambiado.
Digo, con la tarjeta de débito automático, ¿no es lo mismo?, puedo estar equivocado, pero no le noto mayor diferencia a la situación de hace cincuenta años atrás para el empleado, el obrero de aquel entonces, con el que desempeña iguales tareas actualmente en una empresa, ya que para pagarle su sueldo, en realidad, se le proporciona una tarjeta de plástico, con un número ya no de tres dígitos sino de veinte, con otra cifra llamada clave, que sólo el tenedor de la tarjeta conoce y sin dudas otorgada para que sienta que algo es de su exclusiva propiedad.
Me contó también que en aquellos años la empresa en la que trabajaba mi memorioso amigo, cuyo relato transcribo, "era la dueña del almacén de ramos generales, una especie de mercado que había en los pueblos que surtían a sus empleados de lo indispensable para vivir; era dueña del cine del pueblo, es decir, divertía a sus obreros y empleados; era dueña de los clubes, llamados en aquellos años Social y Recreativo; era dueña del predio donde estaba el hospital y lo mantenía económicamente; era también la dueña del hotel del pueblo; era la dueña de la usina generadora de electricidad que abastecía de luz al pueblo; contribuía con dinero al mantenimiento de la Iglesia que estaba para apaciguar los espíritus y por supuesto, también mantenía a la policía para cuando los espíritus no estaban apaciguados" y los predios donde estaban la Iglesia y la comisaría eran de propiedad de la empresa.
Y finalizó diciendo: "Si te echaban del ingenio, te quedabas sin nada, te tenías que ir a doscientos kilómetros de distancia, porque todo, todo, era de la empresa, todo. Eran los dueños de la tierra donde estaba el pueblo, eran, de verdad, los dueños del pueblo".
Me parece como una clara demostración de que el mundo cambia pero no tanto, que hoy es más o menos lo mismo, que en esto también hay coincidencias.
En la actualidad, los capitales multinacionales también son dueños, aunque sea en porcentajes, de las empresas que producen bienes o prestan servicios.
La única diferencia que advierto es la tecnológica, pues en la actualidad, el empleado u obrero ya no exhibe una chapita y dice su número como hace cincuenta y tantos años, sino que muestra su tarjeta de plástico, y puede hacer -eso sí, con mayor tecnología y mejores bienes- lo mismo que podía hacer uno de aquellos trabajadores del ingenio que me contaba mi amigo.
Entonces, pienso que los cambios tecnológicos han llevado a mejores condiciones de vida, incluso laboralmente hablando, pero que sólo se ha trastocado el número que nos identifica y el material utilizado para tal fin, pero que en la esencia desde el ser humano, el cambio es muy poco, casi nada, ya que las alegrías y tristezas del obrero y empleado de hoy son las mismas de ayer, y que desde ese estricto punto de vista, los humanos, sólo hemos avanzado, de la chapita al plástico.


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