Fernando Gabrich / La Capital
En un fútbol regido por un decreto de necesidad y urgencia, aferrarse al triunfo es lo único que sirve para alimentar sueños. Para creer que el cambio es posible. Pero, como en toda situación de crisis extrema, las buenas intenciones, el ímpetu y la garra se diluyen y quedan en la nada cuando se carece de una estructura sólida y organizada que pueda modificar ese rumbo. Ayer, el Gabino Sosa fue testigo de dos equipos que están con el agua hasta el cuello. Y si bien Central Córdoba entregó el alma para no hundir aún más su nariz en las profundidades del descenso, la igualdad ante Tigre -es cierto que debió ser triunfo charrúa- no pudo evitar que el agua siguiera subiendo. Si la actitud sumara puntos, sin dudas que Córdoba estaría en otra situación. Claro que en el mundo de la redonda mandan los goles y allí, el equipo de Tablada tiene una deuda que lo acosa demasiado. Con Raymonda, Pavoni y Medina en el frente de ataque, el charrúa salió a demostrar su vocación por la victoria. Pero no le alcanzó. Y eso que a los 28' se puso en ventaja cuando Iuvalé peinó un centro de Raymonda y sacó provecho de la mala salida del Ardente. Sin ser demasiado, Córdoba ganaba con justicia. La defensa se mostraba sólida, el medio metía y metía a través del incansable Iuvalé, y los de arriba colaboraban, más que nada por el exigente trabajo de Pavoni, ya que Raymonda tuvo una tarde floja y Medina mostró signos de su falta de competencia. Entonces, con falencias y aciertos, el charrúa era merecedor de la victoria. Pero la inseguridad que genera un contexto de situación extrema reapareció con crudeza. Frangipane se fue solo por el medio y desde 25 metros sacó un remate que se clavó en el poste izquierdo de De Lemos. Fue el empate que marcó el comienzo del fin. Porque si bien Córdoba siguió buscando -lo tuvo Pavoni pero a su media vuelta le faltó precisión- la intranquilidad, el nerviosismo y la desconfianza se apoderaron de los protagonistas. En el complemento, Tigre se agrandó demasiado, al punto que sus limitaciones -demostró ser un equipo demasiado dependiente de lo que pueda hacer Frangipane- desaparecieron del campo de juego. Por el contrario, Córdoba quedó quebrado. Raymonda dejó de ser nexo ofensivo -lo fue poco durante los 90 minutos- y en el medio sólo sobresalía la entrega de Iuvalé. Entonces, el partido cayó en un estado de aburrimiento donde la pelota deambulaba por los aires sin destino cierto. El final fue predecible. Córdoba ya había realizado el gasto y a esa altura el triunfo estaba a kilómetros de distancia. A pesar de los intentos no pude vislumbrar una salida a la crisis.
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