Año CXXXV
 Nº 49.385
Rosario,
sábado  09 de
febrero de 2002
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cartas
Salto al vacío

La tortuguita subía al árbol, trabajosamente. Ya en lo alto de la copa, se tiraba al aire y caía pesadamente al suelo, con el resultado de otro golpe. Ni bien se reponía volvía, porfiadamente, a subir al árbol y asi varias veces, hasta que una pareja de palomas comentaban entre ellas: "Tenemos que decirle a la tortuguita que es adoptada". Esto que pareciera un cuento, una fábula, o irreal, puede tener connotación valedera y comparable cuando de un pueblo como el nuestro se trata, con una idiosincrasia basada en el querer volar sin saber como hacerlo. Nos han adoptado mediante una deuda realmente incomprensible. El intento de volar se frustra constantemente y sólo nos damos cuenta cuando sentimos el golpe. Hasta tengo la sensación que nos observan con sorpresa cuando nos ven subir nuevamente al árbol. Hay varios países que se preguntan por qué no sabemos volar? Esta vez nos avisaron que somos adoptados por un país que tiene el vuelo del oprobio, que son expertos en avasallar nidos de otras especies y saben muy bien a quienes quieren enseñarles a volar. Pero la gran duda ronda en el país poderoso. ¿Nos dejará dar el golpe definitivo o están a tiempo y en condiciones que por lo menos aleteemos para que la caída no sea tan traumática? Quizás tengamos, como pueblo la capacidad de discernimiento de una tortuga. Solamente tenemos de reserva, como la tortuga, su caparazón, el bendito suelo aún no quebrado. Aunque la realidad de la tortuguita cause mucha pena, debemos entender que somos adoptados. Busquemos nuestro origen, nuestra identidad. Subamos de a poquito. Aprendamos. La verdad es el único camino que nos queda. Por triste que sea. Pobre tortuguita.

Roberto Lovrincevich


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