Pablo Díaz de Brito / La Capital
La imposición del estilo texano-republicano en la operación de traslado de presuntos terroristas de Al Qaeda y del Talibán a Guantánamo crea un daño mayúsculo a la imagen de EEUU, especialmente en el mundo musulmán moderado y, algo mucho más importante, deslegitima a la muy válida operación antiterrorista y de liberación cumplida en Afganistán por EEUU, pero también por sus numerosos aliados, europeos y asiáticos, en una coalición internacional avalada por Naciones Unidas. La estúpida brutalidad y sevicia mostradas en el trato humillante de los presos en Guantánamo sólo puede explicarse por la necesidad de un gobierno con fama de "duro" de ofrendar a su pueblo alguna venganza visible y permanente sobre los presuntos terroristas que provocaron el trauma del 11 de septiembre. Lo de "presuntos" debe subrayarse, ya que muchos de los detenidos ni siquiera se sabe cómo se llaman y llegaron a manos de los marines en Afganistán entregados por sus enemigos tribales. Un integrante de la inteligencia afgana relató como una tribu logró que los yanquis detuvieran a 18 miembros de un clan rival por viejos litigios que con Bin Laden no tienen conexión alguna. Ahora están en una prisión improvisada en Kandahar y muy bien podrían llegar a las celdas-perreras de Guantánamo. Los detenidos en la base cubana, además de viajar 27 horas encadenados, con los ojos y oídos vendados y dopados, no parecen mejorar mucho sus condiciones de vida una vez instalados en la prisión caribeña: se los sigue viendo encadenados, caminando vacilantes y con los ojos y oídos tapados. Imágenes terribles que resultarían inconcebibles si estas operaciones estuviesen en manos europeas. Como dijo el ministro de Exterior alemán, Jocksha Fischer, así se ponen fuera de juego los mismos valores que llevaron a enfrentar el desafío del terrorismo islámico. La presión europea aumentó con declaraciones de similar tono de Javier Solana, y el secretario de Estado Powell, con fama de "paloma" en un gabinete de halcones, habría pedido a su jefe que otorgue finalmente el denegado status de prisioneros de guerra a los enjaulados (ver aparte). En Los Angeles, Ramsey Clark, antiguo secretario de Justicia del demócrata Lyndon Johnson, presentó un recurso de hábeas corpus en favor de los 158 detenidos en Guantánamo para que "los prisioneros sean de inmediato llevados ante un juez, que decidirá si existen motivos suficientes para tenerlos en prisión". Un principio elemental del Estado de Derecho. El gobierno Bush les niega ese derecho y el de ser considerados prisioneros de guerra según la Convención de Ginebra (status, que por ley, debe ser establecido por un tribunal y no por el Pentágono, y que les evitaría los interrogatorios a los que están siendo sometidos en Guantánamo). En resumen: luego de las aberrantes disposiciones del secretario de Justicia John Ashcroft que habilitan detenciones discrecionales y sin intervención judicial, la violación masiva de correspondencia electrónica, la creación de tribunales militares secretos y otras linduras similares, el "conservadurismo compasivo" de Bush tira por la borda el valor indisputable que significa la liberación de Afganistán y su reintegro al mundo -con la ayuda de los 4.500 millones de dólares recolectados en la conferencia de Tokio- por presentar a su pueblo una imagen de texano duro e implacable con los cómplices de los criminales que derribaron las Torres Gemelas. De parte de quien, como gobernador de Texas, ha enviado a la muerte a más de 150 condenados a la pena máxima, denegando sistemáticamente la gracia, no debería sorprender en absoluto. El campeón de la pena de muerte, del conservadurismo moral más obtuso, de la intromisión del fundamentalismo cristiano en la educación pública, sólo está haciendo lo que sus genes ideológicos le mandan. Sorprende, eso sí, que tantos analfabetos políticos latinoamericanos insistan en identificar a este tipo de políticos derechistas con el liberalismo. Y a propósito de Latinoamérica lo que no sorprende es que Cuba, anfitrión forzado de la base de Guantánamo, no tenga nada que objetar al tratamiento dado a los allí detenidos. Al contrario, Raúl Castro hermano del líder máximo y número dos del régimen comunista, se alegró por la oportunidad que representa el episodio para mejorar las relaciones entre las fuerzas de seguridad a ambos lados de la alambrada de Guantánamo. Es que los gobernantes cubanos encierran en sus cárceles entre 400 y 700 presos políticos y aplican rutinariamente la pena de muerte, así que no debe resultarles nada chocante lo que ven en la base norteamericana.
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