Año CXXXV
 Nº 49.372
Rosario,
domingo  27 de
enero de 2002
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Pierre Bourdieu, o la ciencia y la política en un mismo mundo
El intelectual más influyente en la sociología actual fue un sagaz polemista contra el neoliberalismo

Hernán Lascano / La Capital

Un buen compendio de las preocupaciones de Pierre Bourdieu están condensadas en un pensamiento de Bertrand Russell, seleccionado como acápite de su último libro. "Mientras que la economía habla sobre las elecciones de la gente, la sociología habla sobre la gente que no tiene nada que elegir". Una frase que en realidad Bourdieu citaba para poner en tensión, para problematizar, porque toda su obra está impregnada de la idea de que ambas disciplinas son imposibles de abordar en forma dicotómica, por separado.
El jueves pasado este sociólogo francés, considerado el intelectual más influyente y más discutido de su país, murió a los 71 años. Su trayectoria académica y su vida política habían sido indisociables y él asumía esa combinación, en el sentido del intelectual orgánico que definía Antonio Gramsci, como programa de acción. "Mi compromiso político es la continuación lógica de mi obra", decía en un reportaje reciente. Que su vida alternara entre las aulas del Colegio de Francia y los piquetes de huelguistas, o entre la producción libresca y la polémica televisiva era, por tanto, una dialéctica siempre reformulatoria de su teoría y práctica.
Por haber desarrollado un aparato conceptual autónomo -con la sistematización de herramientas para el análisis del comportamiento cultural, del campo del arte y de la educación-, su producción teórica fue una referencia para el trabajo y análisis de una heterogénea camada de intelectuales de Europa y América. Nociones como campo, habitus, capital social y capital cultural atravesaron los dominios de los estudios de economía, la sociología, la antropología y la comunicación social (ver aparte). Esos conceptos, en términos muy generales, cifran los condicionamientos sociales que organizan los sistemas de percepción. Condicionamientos que en última instancia son conflictos en términos de sistemas de dominación: Bourdieu interpretaba que las pujas por la obtención del poder económico y del prestigio social exponían y eran formas de la confrontación perpetua de clases. Y él mismo daba cuenta de la microfísica de esos choques disputando con el establishment económico, académico y periodístico.

La lección inaugural
Nacido en un hogar pobre del sudoeste de Francia, hijo de un cartero que lo anotó en el mejor colegio de su zona, Bourdieu asumía la contradicción de ser un producto clásico de la sociedad que él con tanta energía cuestionaba: en sus textos e intervenciones públicas siempre hacía eje en la crítica enfática a la transmisión por vía institucional de los privilegios del poder y del saber del status quo. En 1981, no sin malhumor, acabó por aceptar el nombramiento en la cátedra de Sociología en el célebre Colegio de Francia, que durante tres años había resistido. Su discurso inicial allí llevó la marca de la ironía y la crítica teórica desde el título. Era una objeción sociológica al valor cultural asignado a las lecciones inaugurales.
Mucho antes de los estallidos de violencia en los foros de Seattle y Venecia, Bourdieu fue un enconado tribuno contra la globalización y el neoliberalismo. No se cansaba de manifestar que la concentración de la producción cultural en grandes grupos empresariales, guiados exclusivamente por la persecución de la rentabilidad, llevaban al aniquilamiento de expresiones culturales complejas en detrimento de las dominantes. "Hoy sólo se edita lo que, se supone, tendrá un gran mercado y eso destruye la diversidad de la producción cultural", denunciaba.
El trabajo de campo fue siempre el laboratorio de sus textos. Con "Esbozo de una teoría de la práctica" (1971) y "El sentido práctico" (1980) formuló los primeros lineamientos del aparato conceptual que le abrirían un liderazgo en la sociología. "La distinción. Criterios y bases sociales del gusto" (1982) es el ensayo sobre el conflicto y las diferencias simbólicas surgidas en las alternativas históricas de la lucha de clases. Esa obsesión por el desempeño sobre el terreno quedó plasmada en "La miseria del mundo" (1998), donde Bourdieu y una veintena de discípulos recolectaron relatos que dan cuenta de las profundos cambios en la vida de gente cuyo nivel de vida se devastó. Este, que fue uno de sus últimos trabajos, es muy representativo de la decisiva articulación de teoría y práctica en Bourdieu: en el muestrario de historias de vida de desterrados, desempleados y empobrecidos de Francia se expresa cómo el deterioro material impacta de lleno en lo simbólico.
Erudito y original en el plano científico, director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales entre 1964 y 1980, Bourdieu era un habitante de las más variadas tribunas políticas. Llegó a los más restringidos sectores académicos tanto como a públicos televisivos, como los de la revista "Les Inrockuptibles" o de las páginas de opinión de diarios de tirada masiva, aún en Argentina. Los medios gráficos y audiovisuales le sirvieron de soporte para polemizar. Acusaba a los periodistas de fomentar un punto de vista único y de abordar la realidad en forma mecánica y acrítica. A menudo por la propia incomprensión de los trabajadores de prensa para analizar las reglas de funcionamiento de sus medios. Donde veía primar los principios generados por la coerción de la primicia, la vigilancia de la competencia y la selección de unos contenidos en desmedro de otros.
En "Sobre la televisión", un libro de 1996, Bourdieu inventariaba con sagacidad cómo la tiranía del (escaso) tiempo de aire favorecía la simplificación demagógica de sucesos. Y examinando dos subgéneros informativos, los noticieros y los debates en TV, establecía de que modo un principio de consenso informativo imponía una uniformidad de opinión buscando, en principio, evitar fragmentar o polemizar.
A Bourdieu, en definitiva, no le importan los contenidos de los medios de prensa sino su estructura: las condiciones formales que imponen la orientación y la lectura del debate público. Y, también, las restricciones originadas por las relaciones sociales entre los periodistas. "Relaciones de competencia encarnizada, despiadada, hasta el absurdo, pero que son también relaciones de connivencia, de complicidad objetiva, basadas en los intereses comunes vinculados a su posición en el campo de la producción simbólica".



Bourdieu murió el jueves en Francia a los 71 años.
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