Año CXXXV
 Nº 49.365
Rosario,
domingo  20 de
enero de 2002
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Análisis: Espejito, espejito: ¿a quién me parezco?

Lisy Smiles

El espejo inevitablemente devuelve una imagen. La propia. Y esa es la que está viendo por estos días la clase media. Más lejos de las aspiraciones, asume la bronca de reconocerse más cerca de los que ya rompieron los espejos, o los espejismos.
Y es entonces cuando se sacude la molestia de los cortes de calles, los paros de estatales, la protesta de los jubilados, las marchas de los universitarios y el ollín de los neumáticos de los piqueteros. Y va por las cacerolas. Se reconoce y busca las calles y la plaza, aquella que cobijó el debate político allá lejos cuando las discusiones no eran sólo imagen.
Pide que le devuelvan la ilusión para poder ser otra cosa. Pero la plata no es lo único que no está más. Tampoco la posibilidad de diferenciarse en forma tajante de los que quedaron afuera, excluidos.
Ahora ve otra imagen. Las de los que no tienen futuro, a quienes se lo robaron. Están entre ellos. Y cuando los gritos se agotan, y aparece la primera piedra ya no censuran, se corren, observan y sienten que la bronca ahora compartida se materializó.
Hubo muertos, asesinados, pero esta vez la clase media no se espantó. Volvió a manifestarse y otra vez el juego: primero la protesta pacífica y luego la rebelión con incidentes. ¿Son infiltrados? En cierta medida, sí. Vienen de atrás de la frontera, de la misma sobre la que se está hamacando la clase media.

Capitales en fuga
Pero hay más. Los capitales en fuga, la promesa de que habrá presos, miles de puestos de trabajo y emergencia alimentaria. A lo que se suma la clase política, con sus patéticas mea culpa. Acorralados -ellos más que nadie- en la desintegrada representación. Formando comisiones, acordando olvidos, sin debate, sin discusión, plagados de cegueras. Todavía ni se animaron a levantar las facturas que les pasaron por debajo de la puerta.
Entre cacerola y cacerola quedó también el salario. El que se devaluó junto al peso, silenciosamente, y que no aparece en las pantallas o carteleras de las casas de cambio. "Es que hay que desterrar la cultura del dólar", advirtió algún operador político. Claro, la gente creía que cobraba dólares por pesos y ahora ni sabe lo que cobra. Los Daer y Moyano tampoco le abrieron al cadete que le traía las facturas.
"No vamos a avalar los actos de violencia", se dice. Nadie avala la violencia, pero está claro que es indispensable estar alerta. Reclamar, protestar, recuperar el poder de la plaza y de las calles, porque hay otros que reclaman sin cesar en las mesas espejadas de los despachos.


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