José Luis Cavazza
Al fin la película "El señor de los anillos" se estrena en Argentina el 31 de enero. En medio de tanto revuelo publicitario nunca falta aquella cabeza incurable que vincula el relato a la historia de la mismísima Argentina y cuando J.R.R. Tolkien escribió en el comienzo de la obra aquello de que "en un agujero en la tierra vive un hobbit. . .", más de uno añadió con cierta saña que el mismo "es pelado y fue ministro de economía". Tolkien se sumerge en una épica y fabulosa historia sobre los secretos y el destino del poderoso anillo encontrado por Bilbo Bolsón. Hasta aquí la pura verdad, y por lo demás, toda comparación odiosa con la historia actual vernácula corre por cuenta de los prohombres suspicaces de siempre. Como la única verdad es la realidad, lo cierto es que la Tierra Media está en peligro y si no se destruye el anillo y se evita que caiga en manos de Sauron, el Mal se apoderará de todos los seres de la castigada Tierra Media. Como si esto fuera poco, el disuelto reino de los dúnedain no podrá ser restaurado hasta que no se destruya el anillo y un heredero legítimo (capaz de no sucumbir ante el poder de la sortija) sea reconocido como rey. Por otra parte, la maldad anida en el anillo: al sacárselo del dedo, Bilbo se siente débil. El zarzo ejerce un fuerte poder sobre el hobbit, y Gandalf le recomienda que se deshaga de él. Bilbo decide desaparecer de Bolsón Cerrado, pero antes le entrega el anillo a su sobrino, Frodo. Es así como Frodo empieza la que será la aventura más grande de su vida. El anillo tiene grabadas, en el idioma de Mordor, las siguientes palabras: "Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”. Tampoco es menos cierto que en las calles ahora sobrevuela un rumor que dice: ¿Qué político argentino no quisiera calzarse la sortija de “El señor de los anillos", y así poder aplacar la ira de los hambrientos y la sed de los que piden justicia? Pasada la tormenta, guardarán el anillo en el corralito junto a las joyas de la abuela. Otra verdad: Tolkien era argentino.
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