Año CXXXV
 Nº 49.361
Rosario,
miércoles  16 de
enero de 2002
Min 14º
Máx 29º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






La última oportunidad para Marulanda
El hastío popular y la presión de EEUU no dejan a las Farc más margen para incumplimientos y chicanas

Pablo Díaz de Brito

Bogotá. - El casi milagroso renacimiento del proceso de paz colombiano es una última oportunidad para las Farc de evitar un lento pero inexorable aniquilamiento a manos de un ejército muy reforzado por la ayuda de EEUU y por la posición mucho más dura de este país luego del 11 de septiembre ante grupos que considera terroristas. Y ahora, al contrario de lo que ocurría hace tres años, una confrontación total cuenta con amplio apoyo popular. Es también la última chance que tienen los hombres de Marulanda para cumplir con los compromisos asumidos: alto el fuego, freno a los secuestros, al narcotráfico y al uso de la zona de despeje para actividades que nada tienen que ver con el diálogo de paz y sí con la preparación de la guerra. En cuanto al alto el fuego, es una condición que las Farc ya se encargaron de incumplir con un cruento ataque. Una señal de cuán difíciles serán las cosas si el proceso sobrevive a la fecha límite del 20 de enero, cuando vence el plazo -hasta ahora siempre renovado por Pastrana- de la zona de despeje.
Las ambigüedades dialécticas, los ataques y secuestros del grupo guerrillero desgastaron al proceso de paz, iniciativa que le valió ganar la presidencia a Pastrana hace más de tres años con un amplio respaldo político y social, y que ahora es muy impopular por ese fracaso crónico causado por las chicanas e incumplimientos de las Farc. Asimismo, se hace evidente que la firmeza del presidente, luego de años de concesiones sin contrapartida al grupo guerrillero, dio sus frutos: las Farc debieron aceptar lo que hasta horas antes desechaban de plano (los controles militares y policiales en el perímetro de la zona de despeje). Una derrota neta para el grupo rebelde, habituado a ganar en la mesa de diálogos.
En la otra vereda, resulta evidente el desconsuelo de los militares colombianos y de EEUU por el triunfo de la línea pacifista impulsada por los diez países facilitadores (con Francia a la cabeza) y de la ONU, cuyos esfuerzos salvaron el proceso de paz in extremis. La Unión Europea también militó en este grupo con decisión: el sábado, cuando el proceso parecía sepultado, advirtió que no daría ayuda financiera si no había diálogo de paz. Ni Anne Patterson, la belicosa embajadora de EEUU, ni los hombres del general Tapias deben estar muy contentos, cuando ya tenían lista una ofensiva sin precedentes para recuperar la región de despeje. Y ni hablar del recientemente nombrado subsecretario para Asuntos Hemisféricos, Otto Reich, un anticastrista de línea dura de la era Reagan con un prontuario que lo haría impresentable hasta en una Banana Republic.
Asimismo, se demostró palmariamente que el proceso de paz sólo puede avanzar si cuenta con un árbitro, un intermediario externo con todo el respaldo internacional, como ocurrió con el enviado de la ONU, James Lemoyne, y los embajadores de los países facilitadores.
Un fallo fundamental en todo el proceso fue, consideran los analistas colombianos, seguir negociando mientras los combates, en vez de decrecer, aumentaban a lo largo de estos tres años, así como los secuestros y la ya inocultable implicación de la guerrilla en el narcotráfico. El plebiscitario apoyo de la población a la decisión de Pastrana de lanzar el ultimátum a las Farc demuestra el hastío popular con esta fuerza rebelde y su ciega violencia.
A su vez, debe quedar clarísimo que el primer asesinato que perpetren los paramilitares en la zona de despeje deberá ser puesto en la cuenta de la fuerza pública, muy especialmente del ejército. El alivio de la población civil del Caguán ante el renacimiento del diálogo se explica solamente de este modo: es que detrás de los militares suelen venir los "paras", explicó un habitante de la región. EEUU le bajó el pulgar a estos deleznables grupos, responsables de la gran mayoría de asesinatos de campesinos, pero es evidente que pese a algunas operaciones menores del ejército contra ellos, la comunión de objetivos con las FFAA (aniquilar a la guerrilla) lleva a una alianza de facto. Y la llegada de Otto Reich al Departamento de Estado no augura nada bueno en esta materia.
Como cuestión de largo plazo, Colombia debe liberarse de estos dos anacronismos que la dañan tanto: una guerrilla marxista al mejor estilo de los años 60 y 70 y grupos paramilitares que remiten a esos mismos oscuros tiempos.


Notas relacionadas
El gobierno colombiano y las Farc ante la gran chance de ganar la paz
El Plan Colombia está en revisión, dice Washington
Diario La Capital todos los derechos reservados