Año CXXXV
 Nº 49.359
Rosario,
lunes  14 de
enero de 2002
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La crisis argentina
Tiempo de bisagra

Carmen Coiro

Eduardo Duhalde se enfrentó a su primer cacerolazo y comprendió que hoy, en una Argentina tan vertiginosa en acontecimientos políticos y sociales como paralizada en los económicos, se impone tomar decisiones tan rápidas como coherentes con el discurso que ensayó el nuevo presidente en sus primeros días de gestión, que lo favoreció para mantener inicialmente un precario equilibrio en el que un pie fuera del plato podría provocar otro derrumbe.
Porque los dirigentes políticos de hoy deberían saber que su estabilidad peligra no ya por las presiones de los grandes poderes económicos nacionales y extranjeros, sino por la presión de la gente, que no tiene más margen para tolerar corrupción, impunidad, inequidad e injusticia.
Es cierto que los cacerolazos definen con claridad al sector que los impulsa: una mayoría de clase media "sobreviviente" a duras penas de la crisis, que logró trabajar y ahorrar durante los últimos años, pero también un sector de gente que ya había sido expulsada del sistema, y que vía indemnizaciones o pequeños ahorros había conseguido una manera de supervivencia utilizando los intereses de sus depósitos.
El estrechamiento al máximo del corralito, nombre común cuya mención ya suena sarcástica, pues es un verdadero cerrojo o cepo que enclaustra a la gente y la condena a la desesperación, tuvo el efecto obvio. Sólo después de la nueva protesta, de alcances amplísimos, Duhalde dio orden al equipo económico para que intente dar marcha atrás a las nuevas restricciones, que no sólo castigan más todavía a los ahorristas, sino lo que es infinitamente más grave, sentencian a la pena de muerte a la economía argentina.
La protesta popular comienza a adquirir nuevos ingredientes: ya no sólo se pide la devolución del dinero, sino que se comienza a reclamar justicia y esclarecimiento, lo que hasta ahora no se ha producido, preguntándose por qué no hay una sola señal a favor de la investigación de la fuga de capitales que prometió Duhalde al jurar ante la Asamblea Constituyente.
El presidente debe haber comprendido que este es un momento histórico de inflexión: el momento bisagra de la Argentina, el "ahora o nunca". Y debería saber que sometiéndose tan rápidamente como pareció haberlo hecho a las nuevas presiones del sector financiero recibiría un instantáneo rechazo popular.
Sólo una semana antes había anunciado "el fin de la alianza política con el sector financiero y el inicio de la alianza con la producción", pero no dispuso todavía una sola medida que permita ver una luz en el fondo del largo y oscuro túnel en materia de reactivación económica.
Sí, en cambio, se hicieron más notorias las presiones de los poderosos de siempre, y hasta el gobernador santacruceño Néstor Kirchner llegó a revelar que en esta semana que pasó, el gobierno entregó 500 millones de dólares a un banco para evitar su caída, mientras se iniciaba una denuncia sobre la presunta salida del aeropuerto de Ezeiza del cargamento de numerosos camiones blindados, nada menos que los supuestos dólares de los depósitos de la gente, que hoy lo sabe, ya no existen.
Los cacerolazos ahora demandan al gobierno el fin de la impunidad y de la corrupción, el mismo reclamo que llevó al justicialismo a su derrota electoral y que entronizó a la Alianza, con su discurso a favor de una transparencia que apenas ensayó, pero jamás llegó a practicar.
Ahora el pedido general es que se investigue qué pasó con el dinero de los argentinos, que se esclarezca, y que se condene a los culpables, y no que se siga ayudando a los bancos que rompieron su compromiso con los ahorristas y lejos de ser penalizados -como lo sería cualquier hijo de vecino en esas circunstancias- por añadidura reciben constantes salvatajes en detrimento de los ahorristas.
El ojo de los argentinos se aguza y su visión casi vertiginosamente se va haciendo cada vez más escrutadora: hasta la prensa, con o sin justificación, comenzó a caer en las generales de la ley, y ya recibe críticas, cuando antes estaba al tope de la credibilidad en las encuestas.
Todos están en la mira, pero el primero, el gobierno. Cada vez se hace más perentoria la necesidad de justicia y de medidas que sí den esperanzas en un futuro mejor.
Es hora de sensatez, de respuestas, de pacificación, pero sólo por vía de la razonabilidad, el sentido común y el gobierno a favor del interés general, tal como definió su gestión el presidente Duhalde.



Duhalde no se puede dar el lujo de cometer errores.
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