Año CXXXV
 Nº 49.359
Rosario,
lunes  14 de
enero de 2002
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La crisis argentina
¿Quién se acuerda del dólar recontraalto?

Pablo Kandel

La situación actual lleva a recordar -y de paso rendirle homenaje-, al fallecido ex canciller argentino Guido Di Tella. Pero no por su actuación como ministro de Relaciones Exteriores, que tuvo todo tipo de aristas, sino por algo que dijo doce años y medio atrás, cuando era diputado nacional justicialista.
En efecto, en julio de 1989, cuando el gobierno de Carlos Menem se preparaba a asumir seis meses antes de lo previsto, Di Tella dijo: "Nos hace falta un dólar recontraalto". Y esa frase levantó polémica en su momento y merece recordarse porque tiene mucho que ver con lo que está pasando hoy en día.
Por supuesto que a Di Tella no se le llevó el apunte y por eso en lugar de encargarle la economía lo designaron después en la diplomacia y como canciller, dejando la economía a cargo de quienes querían retrasar y achatar el tipo de cambio, tendencia que culminó triunfalmente con la convertibilidad de Domingo Cavallo a partir de abril de 1991. Es decir, un dólar recontrabajo en lugar de recontraalto porque facilitaba mucho más los negocios financieros y el endeudamiento.
Yendo a la actualidad, acaba de soltarse un resorte que estuvo comprimido durante diez años y ocho meses -esto es el dólar convertible uno a uno con el peso-. Pero eso recién desencadena una puja que será muy dura entre quienes quieren un dólar "recontraalto" y otros lo más bajo posible, aunque ya no sea el de la convertibilidad.
Ambas situaciones tienen muy distintos efectos, y pueden determinar el modelo económico durante los próximos diez años. Porque no basta con repudiar el modelo anterior, hace falta determinar qué modelo se quiere, y eso está íntimamente ligado a la paridad cambiaria real.

Obstáculo bienvenido
Un dólar recontraalto, en términos reales, significa de por sí un freno a las importaciones sustitutivas que han llevado a la ruina a la industria y la producción nacional. Y sin necesidad de tomar medidas proteccionistas que pueden provocar represalias, sino simplemente porque las importaciones serían demasiado caras y no tendrían mercado. Por el contrario, las exportaciones tienen un extraordinario aliento y se consiguen divisas genuinas, que no son fruto de empréstitos sino del trabajo.
Un dólar alto es muy difícil de conseguir, y sobre todo de mantener en el tiempo, porque implica mucha disciplina fiscal, pero abre un ancho campo a la reapertura de empresas y fuentes de trabajo paralizadas. ¿Por qué? Porque el poco o mucho dinero disponible ya no se destinará a comprar dólares anticipando una próxima devaluación o una corrida cambiaria, sino a la reconstrucción de una economía devastada. Un dólar muy bajo es una invitación a especular y a sacar el dinero del país como se ha venido haciendo estos últimos años y que en los últimos meses de 2001 determinó la fuga de más de 20.000 millones de dólares. Un dólar recontraalto frena la salida de capitales y permite bajar la tasa de interés interna sin onerosos operativos de rescate y refinanciamiento del FMI y los bancos, aptos únicamente para que se enriquezcan los intermediarios con las comisiones.
El flujo de turismo extractivo, de argentinos al exterior, se detiene porque se vuelve demasiado costoso y como la relación de precios relativos se vuelve más favorable, empiezan a afluir turistas extranjeros. Las veces anteriores que se pretendió aplicar un esquema de tipo de cambio real elevado fracasó debido al desborde y la indisciplina del gasto público. Las carencias del erario público se pretendían remediar con impuestazos. El clima recesivo se generalizaba y finalmente cundía el pánico.
El corralito financiero fue consecuencia inevitable de una situación en la que no hay plata, pero si la hubiera no se la podría liberar porque inmediatamente se iría al dólar.
Estas nociones son elementales, pero conviene recordarlas cuando se están jugando tantas cosas. ¿Pero cuáles son las contras o las dificultades de un esquema de dólar recontraalto? Fundamentalmente es el temor que se produzca una estampida de precios y salarios y que en poco tiempo, como ha ocurrido históricamente en la Argentina, la espiral inflacionaria o hiperinflacionaria descuente la ventaja y se vuelve al retraso cambiario.

Olvidar, un error peligroso
Pero la memoria histórica debe influir. La gente no solamente hoy recuerda la hiperinflación y los saqueos de 1989, sino también el dramático empobrecimiento sufrido a partir de mediados de 1998 que culminó en los saqueos y destrucciones de fines de 2001 y comienzos de 2002. Inmediatamente que sienta que se están tomando medidas para retrasar el tipo de cambio la gente va a reaccionar y no las va a tolerar, porque sería una nueva estafa.
Por ejemplo, que el Banco Central empiece a vender dólares para alimentar el mercado libre y que se amplíe y profundice la brecha entre el oficial y libre hasta llegar a ser el doble, como pronostica la banca JP Morgan que a fin de año el dólar en la Argentina valdrá 2,70.
El gobierno, en lugar de concentrar energías en lograr la recuperación de la economía y la satisfacción de las carencias sociales, tendría que dedicarse a convencer a empresarios y banqueros a que traigan dólares así los puede vender en el mercado libre o el paralelo. Con el único resultado de engordar a los especuladores y ver en poco tiempo una situación totalmente fuera de control.
Al mismo tiempo, empiezan y se reproducen las restricciones financieras: imposibilidad de acceso al crédito por el temor oficial a que cualquier pequeña mejora de la liquidez se vuelque a una compra masiva de divisas ya que en la plaza hay una percepción generalizada de que el cambio está atrasado y una nueva devaluación es factible e inminente. Entonces, la frase de Guido Di Tella adquiere dramática actualidad.



Las colas en los bancos, penurias del país de hoy.
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