Año CXXXV
 Nº 49.358
Rosario,
domingo  13 de
enero de 2002
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Bratislava: La ciudad recobrada
Un enclave centroeuropeo con castillos y museos. En cada rincón se respiran su cultura e historia

Patricio Pron

Hacia el final de "Utz", la obra menos conocida del famoso viajero y escritor inglés Bruce Chatwin, un coleccionista checo destruye su preciosa colección de porcelanas para que no caiga en manos de los comunistas. Publicada en 1989, poco antes de la muerte de su autor, "Utz" es una obra que pretende homenajear al arte del coleccionista (que Chatwin conoció en profundidad, puesto que trabajó durante años para Sotheby's), así como reseñar parte de la historia de Europa Central. Habiendo sobrevivido a la ocupación nazi, a cuatro décadas de comunismo, a la Revolución de Terciopelo de 1989 y a la separación de Checoslovaquia, la colección sobre la que escribió Chatwin fue encontrada poco tiempo atrás en un departamento en Bratislava y es, como la propia ciudad en la que fue hallada, una sobreviviente de la historia, que espera a quien desee recobrarla.

Ciudad en transformación
No es difícil comprobar cuánta importancia tiene esa historia en Bratislava. Considerada hasta la separación de Checoslovaquia, la entidad en la que permaneció durante setenta y cinco años (1918-1993), como una ciudad de provincias (el mismo status que, pese a su importancia cultural e histórica, se le otorga a su vecina checa, Brno), Bratislava aún permanece fuera de la ruta centroeuropea más frecuentada, lo cual significa otro aliciente para visitarla.
En los últimos años, esta ciudad de medio millón de habitantes ha hecho un enorme esfuerzo para estar a la altura de los visitantes que recibe como capital de un país europeo. Ese empeño por dotarse de una infraestructura hotelera adecuada a la demanda y por ofrecer al visitante una oferta amplia de atracciones no le ha quitado, sin embargo, el aire sereno de ciudad de provincias que posee sino que, más bien, lo ha reforzado, porque así la ciudad da la impresión de haber sido ocupada pacíficamente por personas de intereses y orígenes diferentes que, sin embargo, han acabado fundiéndose con ella.
Por alguna razón, Bratislava se parece más a Varsovia que a sus vecinas Praga o Budapest, aunque lo que en Varsovia es apenas una calle, la Jana Sobieskiego, es aquí un barrio completo, delimitado por las antiguas murallas de la ciudad y una avenida. Otra de las diferencias entre ambas ciudades, quizás la más notable, es que a diferencia de Varsovia, aquí todo sigue en ruinas.
Los polacos consideran que su capital espiritual es Cracovia, y asignan a Varsovia el papel de una advenediza. Quizás Bratislava también lo sea. Las referencias medievales a la ciudad la llaman Wratislaburgum, un nombre cercano al actual, pero con los años fue llamada Pressburg, Pozsony y Presporok, de acuerdo a quien la gobernara. La ciudad sólo recuperó su nombre en 1918 gracias a los esfuerzos de Ludovít Sturs, cuando de las ruinas del Imperio Austro Húngaro se creó la República Checoslovaca. De la separación de esta entidad es el propio pueblo eslovaco el responsable, puesto que en 1993 la legitimó en las urnas alentado por políticos inescrupulosos. Bratislava, por entonces una ciudad de provincias como Sokolice o Brno, devino capital del nuevo país.
Oculta tras la Cortina de Hierro, Checoslovaquia había sido siempre una referencia para los historiadores, pero una perfecta desconocida más allá de su ciudad principal, Praga, y de ello dan testimonio las paredes de la ciudad. Eslovaquia es además un país de recursos limitados. El mismo costo de convertir a Bratislava en una capital europea parece demasiado alto, y aquí y allá pueden verse edificios en refacción rodeados de andamios y otros que parecen no haber sido pintados en años. Sin embargo, el orden que reina en la ciudad, el respeto de los peatones a las normas de tránsito y otros pequeños detalles a menudo difíciles de ver en Europa Central provocan la impresión de que allí existe un orden instalado desde hace años y querido por todos, mucho más de lo que se puede decir de otras ciudades de la región. Sin embargo le tomará aún varios años a los eslovacos revestir a su capital de la importancia que se espera de una capital europea.

En la historia
Aunque oscuras, las iglesias de Bratislava siguen siendo occidentales y son una invitación para quien quiera saber sobre la religiosidad del pueblo eslovaco. Por las tardes, puede verse el cambio de guardia en el palacio presidencial. La novedad del país, lo infrecuente de ver su bandera flameando en lo alto, da la impresión de que se trata de escenas de fantasía, que los mismos soldados son juguetes.
Aunque poco conocida, la pintura eslovaca es digna de ser vista. En el Palacio Mirbach, un edificio construido entre 1768 y 1770 en estilo rococó, pueden verse escenas de la guerra contra los turcos, retratos de María Teresa y Francisco José, los emperadores austríacos que a la sazón también lo fueron de Eslovaquia, y una importante colección de pintura religiosa. Los dibujos a lápiz de Frantisek Reichental (1895-1971) muestran lo poco que Bratislava ha cambiado desde 1935.
La intendencia alberga un museo, en el que también pueden visitarse las cámaras de tortura del sótano y que ofrece un vistazo sobre la historia de la región: en el siglo IX, las tribus checa y eslovaca, provenientes de diferentes lugares de Europa, formaron el Gran Imperio de Moravia, tras haber colonizado tres siglos antes las regiones de Bohemia y Eslovaquia, pero en el siglo X los húngaros se hicieron con parte del imperio, en el que permanecerían hasta 1918.
En 1530 el resto de su territorio fue ocupado por los turcos, quienes no se retiraron sino tras cien años de lucha. En el siglo XIX surgieron manifestaciones nacionalistas acompañadas de los primeros intentos por hallar una identidad lingüística eslovaca. El antes mencionado Sturs, Josef Miroslav Hurban y Milan Miloslav ModÉa "inventaron" técnicamente el lenguaje, creando el primer diccionario de dialecto eslovaco central, desde entonces eslovaco estándar.
Estas manifestaciones de un nacionalismo eslovaco eran la respuesta a la progresiva "magiarización" de la cultura de la región tras siglos de ocupación húngara. Intelectuales checos, sometidos por Austria, y eslovacos reavivaron con propósitos políticos la antigua idea de una unidad checoslovaca, a consecuencia de lo cual surgió tras la derrota de Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial una nueva república de ese nombre, formada por Eslovaquia y Bohemia.
De esos tiempos da testimonio el castillo de la ciudad, bellamente rodeado de un parque con maravillosas vistas al siempre imponente Danubio que, aunque aún no exhibe el amplio caudal que posee en la vecina Budapest, dista mucho de ser el pequeño río que nace en la Selva Negra y que puede verse en Ulm. Este castillo del siglo XVIII, que ha sufrido numerosas modificaciones, alberga diversas colecciones: instrumentos musicales antiguos, armaduras eslovacas y turcas, y objetos de la vida cotidiana. Aunque sumergirse en sus cámaras es introducirse en la historia, nada hay más bello que pasar un atardecer en la terraza del castillo, donde funciona un bar y es posible tener una vista fabulosa de la ciudad. En situación como ésta, se impone beber una cerveza eslovaca, Pivo en ese idioma, y, en ese caso, de las marcas Budvar o Topvar, un complemento recomendado para el pasear por parques y calles, visitar cafés de impronta austríaca y recorrer hasta la noche calles que remiten a otros siglos, una actividad que carece de un nombre único pero que debe practicarse en Bratislava.



Bratislava se parece más a su vecina Budapest.
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