Daniel Leñini
Los rumores de una renuncia que nunca pasó por la cabeza del intendente Hermes Binner florecieron (más allá del contexto nacional que arrastró gabinetes) mientras atraviesa una merma del poder político tras las elecciones del 14 de octubre. La única reacción que pudo haber manifestado el jefe municipal habría sido una queja de 10 días atrás ("Si me siguen jodiendo largo todo y me voy") que no alcanzó el nivel de grito y sólo dirigida al frente interno del partido socialista. Veamos las razones que desembocaron en la semana más difícil: La mengua del poder, inevitable tras una derrota electoral, la padece, primero, frente al ala interna del partido que le viene reclamando una contención del gasto en obras y una mirada más atenta a los problemas sociales. Ese sector, cuyos planteos otros años terminaban barridos por el aval que las urnas daban al jefe comunal, había logrado previo a los comicios el alejamiento de los opacos Elida Rasino y Sebastián Bonet de las secretarías de Promoción Social y Obras Públicas, y el reemplazo por Miguel Zamarini y Patricia Sandoz. Otro es el escenario también en la relación con dos actores que siempre le dedicaron docilidad; ahora en cambio está claro que tanto el sindicato municipal (que se le animó a una movilización cuando ya estaban cobrados los salarios) como los mayores contratistas de obra y proveedores no ven más en frente al intendente de los 230 mil votos de antes. El gremio dejó de temer pavorosamente la censura de una clase media enamorada del jefe político de la ciudad, y los contratistas buscan contactos en el Concejo que les ayuden a cobrar certificados vencidos hace cinco meses (una constructora reclama cuatro millones). Quienes merodean el Palacio (y no aceptan que se les baje ni atrase el sueldo) ventilaron otro rumor que encajó justo en el clásico esquema de pujas del gabinete y por eso se expandió: verdad o mentira, describieron la reacción destemplada de Patricia Sandoz al conocer la polémica licitación por 6,4 millones de pesos para el sistema de aire acondicionado y electricidad del nuevo Hospital de Emergencias de avenida Pellegrini, en momentos en que a ella le negaban 100 mil para terminar el complejo Delliot (piletas, parque) que otorgue algo de sosiego a los acalorados vecinos de la zona oeste (bulevar Seguí al 5500). Los comedidos decían que la funcionaria había embalado varias cajas dispuesta a partir, al parecer hastiada que desde Hacienda le sigan virlando recursos como el del fondo de gas (4,5 millones) que en vez de ir a carpeta asfáltica le habrían manoteado para el nuevo Heca. Y es aquí donde aparecen los interrogantes que verdaderamente importan, dirigidos a los dos años de gestión por delante: ¿Coronará exitosamente la labor un intendente que desde que nació a la función pública de relieve dispuso de tantos recursos como de poder de decisión? (Ya siendo secretario de Salud le confiaban un paquete millonario; "era un barril sin fondo", recuerda hoy despectivamente su ex jefe Cavallero) ¿Saldrá airoso del atolladero, de una crisis que parece obligarlo a resetear el manual que aplicó hasta ahora? De 1983 a la fecha los sectores medios demandaron ejecutores de obras y los tres intendentes que se sucedieron leyeron el mensaje y cautivaron a su turno: Usandizaga, Cavallero y Binner. Los dos primeros, a la distancia, terminaron pareciéndose más al inclinarse en ciertas obras de infraestructura (desagües pluviales, redes de gas, apertura de trazas, mejorado, algún emisario). Binner, en cambio, optó por el desarrollo inmobiliario de gran escala y similar impacto visual. Así alumbró el Cema, el Pasaje Juramento, la nueva Aduana, la estación Rosario Norte, el Parque Urquiza, Costa Alta, el Comedia, el Jardín de los Niños, centros de distrito con diseño de arquitectos europeos y el nuevo Heca que podrá terminar costando más de 40 millones de pesos, tres veces más que un hospital modelo (ya suma 12). En el medio no se le dio el plan de transporte que también tenía un costado visual: vehículos de gran porte y fuelle al medio, centros de transferencia, etc. Hoy la Argentina es otra a la que alumbró esos sueños. Y la ciudad también: el presupuesto del municipio, de 300 millones en los últimos años, ya aparece fácticamente reducido a 250 por la proyección de la caída de recursos, con el agravante de un rojo arrastrado de 2001 superior a los 30 millones. La masa salarial trepará su participación en la torta al tiempo que otra duda carcomerá en caso de reaparecer la inflación: ¿qué Concejo le aprobará al Ejecutivo un aumento de tasas si el actual está dominado por una oposición que ya empieza a pensar en 2003? Los datos parecen obligar al tránsito por un camino sin margen para obras; el intendente, por lo pronto, ya adelantó que no las habrá. Resta saber si aceptará con resignación devota esa realidad.
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