Año CXXXV
 Nº 49.358
Rosario,
domingo  13 de
enero de 2002
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Chicos enrolados, las víctimas más indefensas del conflicto
Unos 6.000 menores están involucrados, el 90% en las guerrillas

Amira Abultaif

Bogotá. - Su rostro curtido no puede ocultar los muertos que lleva a cuestas ni la ira y el odio que lo motivaron a ingresar, a los 13 años, a la guerrilla izquierdista activa más numerosa y antigua de América.
Carlos Ríos no sabe a cuántas personas mató o hirió durante sus tres años y medio en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), pero ahora que intenta rehacer su vida sabe que nada ayudó a vengar la desaparición de su tía.
Vivió con ella desde pequeño porque sus padres eran muy pobres para criarlo, y por eso le tiembla la voz cuando narra la escena en la que unos 30 civiles armados entraron a la tienda de víveres de su tía y la sacaron a rastras con un ayudante. Presumen su muerte, pero los cuerpos nunca aparecieron.
Los victimarios de ese episodio de guerra, que ya suma 37 años en este país adolorido, fueron presuntos paramilitares de ultraderecha, fundados en la década de 1980 por ganaderos y terratenientes hartos de los abusos rebeldes.
"Yo me llené de odio contra los paracos (paramilitares) y me fui de la casa a trabajar para la sierra. Gané plata y me entusiasmé, pero estaba desmoralizado, me sentía mal y me fui para la guerrilla", relata Carlos, quien al mes de ingresar a las filas armadas fue conducido a combatir en el monte.
Y en sus días de selva inclemente, hambre, miedo, balas e ironía -porque sus enemigos son de su misma estirpe- el 20 de octubre de 2000 Carlos fue capturado por el ejército en un polvoriento pueblo del noreste colombiano, después de cuatro horas de combate y sin una sola munición.
Hoy tiene 17 años y un ansia de trabajar para, entre otras cosas, comprarle un regalo a su hija Catherine, a la que todavía no conoce.
Carlos forma parte de un grupo de unos 150 menores que intentan rehabilitarse gracias a un programa del Estado cuya duración es de cinco meses en promedio.
-¿Qué se siente matar?
-"Muchas cosas. Matar se siente... uno no siente nada. Uno siente que por fin uno hizo algo... que les hizo daño a los chulos (soldados). Lo mismo sienten ellos cuando nos matan”, dice Carlos con la convicción de que los hombres no lloran.
-¿Y de qué sirve matar?
-"Pues peleando uno mira si puede o no puede con el ejército. Uno lucha por el pueblo para que haya una igualdad social".
-¿Qué es la democracia?
-"¿Democracia? Democracia es... (ríe), pues es lo que está pasando en casi todo el país", explica Carlos con indecisión.
El, uno de los cerca de 16,8 millones de colombianos menores de edad, pretende olvidarse de esa guerra que le dejó una herida en la pelvis y esquirlas regadas por todo el cuerpo.
Su dolor se hace más intenso con el frío de Bogotá, donde vive en una casa del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), entidad estatal encargada de la niñez desprotegida.
El ICBF reporta que anualmente son procesados judicialmente unos 26.000 niños por infracciones a la ley. Según el fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), unos 6.000 menores de edad están vinculados con el conflicto bélico.
Los que que cumplen con el proceso de reinserción quedan con una foja de vida limpia, pues el Estado parte de la base de que su ingreso a los grupos armados fue por una vulneración de sus derechos.
"En esta sociedad culpamos a los grupos armados por reclutar niños, pero se nos olvida nuestra responsabilidad de Estado de por qué esos niños se dejan reclutar", advierte en su modesta oficina Juan Manuel Urrutia, director del Icbf. Urrutia asegura que esos menores son muy disciplinados y pese a que su relación con el mundo anida en el miedo, el castigo o la culpa, son responsables y sólo requieren opciones.
Desde 1997, cuando se inició el programa de Atención a Niños y Niñas Desvinculadas del Conflicto Armado, 740 menores han sido rehabilitados, una inversión que oscila entre 300 y 500 dólares mensuales por niño. Cerca del 90 por ciento proviene de las guerrillas y el resto de los paramilitares.
En esta nación andina, atrapada por el narcotráfico y la guerra, el 41 por ciento de los menores viven en la pobreza. Ellos son los niños de la guerra en Colombia, carne de cañón, cuerpos para apretar el gatillo. "Algunos niños se van por querer parecerse a Rambo, mientras que las mujeres, porque están enamoradas de un compañerito que se fue, por un desamor o por la ilusión de hallar cariño y respeto", agrega el directivo del ICBF.


Guerrillera por amor fraternal
Olga Contreras, de 16 años, nacida en los llanos del este de Colombia, ingresó hace dos años a las Farc por amor hacia el hermano que había elegido ese camino.  Su afecto fraternal y cómplice la condujo a desafiar a su madre y padrastro, a abandonar el internado en el que estudió hasta cuarto de primaria y a ejercitarse en tácticas militares.  Olga conoció el miedo y el sufrimiento de la guerra, que la acompañó durante un año y seis meses.
"Había mucho ejército persiguiéndonos y lo único que hacíamos era correr. A lo último ya quería hasta que me mataran para no seguir sufriendo. Me mantenía llorando, no era fuerte", dice con la voz de quien recuerda lo peor. Prefiere dejar en el olvido los heridos, los muertos y el dispositivo intrauterino que le obligaron a colocarse para evitar un embarazo. (Reuters)


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