Capitán Bermúdez. - Cacerolazos cruzados todos los días -anteanoche hubo uno multitudinario-, la Municipalidad tomada, acusaciones recíprocas, bronca y calor -y no es todo- forman el marco en el que asumió ayer la Intendencia el presidente del Concejo, el radical Fabián Varela, mientras duren las vacaciones del intendente Gerardo Carlucci. Del otro lado del ring, los municipales encabezados por el sindicalista Jesús Monzón juntan firmas para pedir que la provincia intervenga al municipio, una vieja nueva idea a la que se agregan especulaciones -y deseos- respecto de que el intendente no volvería de su descanso.
Como si alguien creyera que es una telenovela exitosa, el culebrón de Bermúdez ingresó en su segundo verano, algo devaluado, y no sólo porque el argumento y los protagonistas sean los mismos; ya ni siquiera es original porque la misma señal se está sintonizando en todas las comunas: no hay plata, no hay sueldos, en fin, todas están al borde del colapso.
El componente político del conflicto bermudense ya no se puede disimular. Si bien es cierto que la crisis económica viene hambreando a los municipales desde hace más de un año -reclaman en total cerca de seis meses de sueldo-, el escenario está teñido de una impronta típica de la disputa política: cuando todos están de acuerdo en no ponerse de acuerdo y todos esgrimen argumentos atendibles en sí mismos, surge a las claras que el objetivo es, antes que el consenso, la destrucción del otro. En esto, esta crisis, una verdadera precursora en la provincia, sigue distinguiéndose de otras más sencillas en las que todo pasa por la falta de pago.
Por eso puede criticarse por inoportuna la licencia de Carlucci, al mismo tiempo justificada porque su hijo de seis años no tiene por qué soportar a cien personas durante dos días manifestando ruidosamente en la puerta de su casa, con una presencia policial que el niño sólo podría haber visto en alguna película. Tampoco tienen que pasar hambre los hijos de los municipales mientras asisten a las vacaciones forzadas de sus padres.
Dinero pacificador
Varela asumió ayer ante escribano al frente del Ejecutivo. No obstante, este tema no se agotaría tranquilamente, ya que la licencia de Carlucci no obtuvo en el Concejo los votos necesarios. Trascendió que, más que licencia, los peronistas le aceptarían su renuncia. Por lo pronto, y en virtud de "ambigüedades de la ley", Varela trabajaría una quincena como intendente con el objetivo de conseguir algún dinero de la provincia que calme las aguas y permita la reapertura de las cajas recaudatorias.
"La coparticipación -dijo el edil- sigue siendo cero. En los últimos tiempos hubo un promedio de un paro mensual justo en los días de vencimiento. Los empleados (para el oficialismo se trata de no más de cuarenta) quieren cobrar, pero no dejan que entre plata".
La idea del intendente interino, así como la del ministro de Gobierno, Lorenzo Domínguez (ver aparte), es pacificar. En tanto, un grupo de empleados -este nuevo paro lleva veinte días- se instaló en el patio de la comuna para asegurar que no se trabaje. Desde esa base de operaciones van por un nuevo pedido de intervención. "Ya llevamos 5.500 firmas para un petitorio al gobernador Carlos Reutemann. La convivencia es imposible tras varios meses de negociaciones, pero Carlucci no quiere hablar con nosotros", dijo el dirigente Eloy Lázaro.
En rigor, el pedido de firmas no es sólo una ilusión del gremio sino que estaría cosechando adhesiones de otros ámbitos como la Iglesia local, donde se levantaron voces de sacerdotes que hasta ahora se habían mantenido al margen del conflicto. Es entonces la hora de los cacerolazos, una de las dos innovaciones del culebrón. La otra es el cambio de gobierno nacional, que echó a correr trascendidos -y especulaciones- sobre una presunta retirada de Carlucci quien, al no tener el respaldo político de la Alianza, se iría -según las versiones- tal como lo hizo Horacio Usandizaga cuando dejó la Intendencia rosarina al ganar Carlos Menem las elecciones en 1989.
Un ábaco, por favor
Como si fuera poco hasta las cacerolas están divididas. El gremio las empezó a fogonear a fines del año pasado, matizadas con ollas populares frente a la casa de Carlucci. Los primeros en adherir fueron los barrios carecientes a los que el municipio no atiende -no podría aunque quisiera-. El contraataque fue un escrache frente a la casa del juez penal sanlorencino Eduardo Filocco, a quien el oficialismo acusa de congelar las causas contra una veintena de municipales -"el grupito de siempre"- que "están atentando contra la paz social por intereses políticos".
Estas manifestaciones no pueden escapar hasta ahora de la lógica bipolar bermudense que reza: "La culpa es de ellos, nosotros somos buenos y no hay nada más que hablar". Así, todos tienen éxito (o no). Poca gente significa 40 personas para el oficialismo y 150 para el gremio. Mucha gente son 250 y 1.500, respectivamente. Prorrateando los datos de ambas fuentes oficiales, el cacerolazo itinerante de anteanoche debe haber reunido a unas 800 personas (La Capital constató dos cuadras de marcha).
Números aparte, las interpretaciones son iguales. "Carlucci llenó dos colectivos de gente para que Filocco nos mande la policía", bramaron los obreros. "Los municipales sólo convocan a sus familiares", responde el gobierno, que amparó en 8.000 firmas su reclamo ante el juez.
En el medio sigue estando el vecino bermudense que, para colmo, no podría encontrar un mejor panorama en otra ciudad de la zona. Según datos que tal vez no manejen lo suficiente las partes en conflicto, los vecinos están cansados de no poder pagar las tasas cuando quieren, de no recibir servicios a cambio cuando pagan, de esquivar cortes de ruta cuando van al almacén y de escuchar a un intendente que le echa la culpa de todo a operaciones políticas y a un juez que no resuelve.
Nada más ajeno que esto a la vida cotidiana de los contribuyentes. Porque Bermúdez parece el paradigma de la Argentina politiquera que tiende a esfumarse, con peleas en las cúpulas y quejas por la bajo de los vecinos. De no cambiar de prácticas quienes toman las decisiones (es decir, las partes en conflicto), es probable que terminen cocinados todos en las cacerolas que, como hasta ahora, también han querido hacer jugar a su favor.