"No vinieron solamente a robar, también quisieron a liquidarme". Jorge Martínez exhibe moretones en su rostro, un corte en el cuero cabelludo, escoriaciones en brazos y piernas y una herida de bala en la mano izquierda. El hombre, conocido como el Gitano, regentea el Hotel Moderno, de Ovidio Lagos 154 bis, en pleno barrio de Pichincha, que ayer a la madrugada fue tomado por asalto por un grupo de delincuentes y donde se produjo una balacera infernal. Los maleantes al principio quisieron llevarse dinero, pero enseguida se trenzaron en lucha con el hotelero: hubo al menos seis disparos, uno de los cuales le dio al hombre y otro mató a una perra siberiana de su propiedad. Finalmente el robo no se concretó y la banda huyó sin dejar rastros.
A horas del violento episodio, Martínez no duda de que los autores del ataque no fueron delincuentes comunes y que la visita que recibió en su hotel no respondió a un simple robo a mano armada. En diálogo con La Capital, el Gitano reveló que recibió cinco amenazas de muerte en los últimos doce días. La última se produjo la noche anterior al asalto. Todas fueron hechas a través del teléfono y tenían como objetivo -según su propia versión- amedrentarlo para que no abriera una whiskería en la esquina de la avenida Aristóbulo del Valle y Ovidio Lagos, en diagonal a la ex estación Rosario Norte (ver aparte).
Lo de ayer a la madrugada se produjo cuando Martínez decidió recostarse unas horas en una de las habitaciones. Eran las 4 de la mañana y ya no quedaban clientes, por lo que el dueño decidió tomarse un descanso. El hombre vive allí junto a su mujer y su hijo de 15 años, quien lo reemplazó en la recepción.
En ese momento llegó una pareja interesada en alquilar una pieza, pero que enseguida mostró sus verdaderas intenciones. El hombre extrajo un arma y le exigió al chico la entrega del dinero. Pero como el menor manifestó que no sabía dónde se encontraba el efectivo, le pusieron el arma en el cuello y le ordenaron que llamara a su papá.
El hijo de Martínez no tuvo más remedio que subir las oscuras escaleras hasta la habitación de su papá con un hombre al lado que no dejaba de apuntarle a la cabeza. El hotelero ya estaba dormido cuando un golpeteo en la puerta lo levantó. "Papá, te buscan", dijo el chico del otro lado. Cuando salió de la pieza Martínez no vio a nadie, bajó las escaleras y se encontró con una mujer y dos hombres que le apuntaban con un arma a su hijo. Apenas atinó a preguntar qué era lo que sucedía cuando apareció un cuarto hombre desde atrás, que le aplicó dos culatazos en la cabeza.
El Gitano quedó atontado por los golpes, pero alcanzó a manotear el arma a su agresor. Entonces comenzaron a forcejear y a golpearse contra las paredes del pasillo. Así, a los tumbos también por el piso, llegaron nuevamente hasta la mitad de las escaleras. La pelea desencadenó la furia de Daisy, la perra siberiana de Martínez, que se abalanzó sobre el desconocido.
"Yo estaba enceguecido porque ví que eran varios. Lo único que quería hacer era sacarle la pistola al tipo que peleaba conmigo", comentó Martínez. En el medio del tironeo por el arma se produjo el primer disparo que le pegó de refilón en la mano izquierda. Martínez alcanzó a despegarse de su agresor y corrió por otro pasillo del hotel y atravesó un patio interno del edificio en busca de una habitación para refugiarse.
Según contó el mismo hotelero, que señaló cada uno de los agujeros de los proyectiles, los otros delincuentes comenzaron a disparar a mansalva. Cuatro impactos quedaron marcados en una pared, otro en el marco de una puerta y uno más en una de las habitaciones que dan al patio. Las marcas de los balazos eran visibles a simple vista, al igual que las manchas de sangre de Martínez, que terminó por desplomarse en una de las piezas. Una de esas balas alcanzó al perro y lo mató. La banda entonces escapó del lugar sin llevarse nada de valor.
Otro ataque a balazos
Pero el de ayer no fue el único ataque cometido contra el hotel. El 23 de diciembre pasado, un hombre se presentó en el lugar y se mostró interesado en alquilar una pieza "barata", supuestamente hasta después de Navidad. El propietario lo hizo pasar a su oficina, y allí el impostor extrajo un arma cuando ambos estaban sentados a punto de llegar a un acuerdo.
En ese preciso momento, el ladrón extrajo un revólver y pidió el dinero. El hotelero hizo un gesto casi involuntario como para cubrirse la cara, y el ladrón le disparó casi a quemarropa. La bala calibre 38 atravesó un cartelito de cartón y quedó empotrada en la pared. Entonces el ladrón se apoderó de tres mil pesos que estaban sobre la mesa y simplemente escapó a pie.