Año CXXXV
 Nº 49.347
Rosario,
miércoles  02 de
enero de 2002
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Editorial
Morosidad en alza

Los efectos de la prolongada recesión, agudizada por la grave crisis política que sufre el país, impactan profundamente en la vida cotidiana de la gente. En ese marco, la bancarización definida por Domingo Felipe Cavallo durante el último tramo de la fracasada gestión presidencial de Fernando de la Rúa contribuyó aún más a destruir los ya debilitados tejidos de la economía real, es decir, las cuentas hogareñas de todos los días. Uno de los efectos que permanecían ocultos de esa situación aún no asimilada por los argentinos fue develado por La Capital en una nota publicada en la edición del pasado lunes 31 de diciembre. El título ya era suficientemente explícito: "En los Tribunales (rosarinos) atesoran 28 mil demandas por cobro de expensas", se informaba, antes de agregar otra cifra preocupante. Es que la morosidad en el pago de los gastos centrales de los edificios de la ciudad creció, durante el pasado año, nada menos que un 43 por ciento.
Los datos desnudan un hecho cada vez más evidente: la precaria situación que atraviesa, en la actualidad, la clase media, esa misma napa social que hizo la diferencia en favor de la Argentina en relación con el resto de América latina en el pasado. Las restricciones para el manejo de dinero en efectivo parecieron asestar un golpe casi mortal a ese sector, que vio desbordada su capacidad de respuesta a las demandas cotidianas. Y entonces, se priorizan aquellos gastos considerados impostergables: compra de alimentos y pago de los servicios que si no se cumple en tiempo y forma son cortados, como el gas y el agua.
Se genera así, por cierto, una grave injusticia que perjudica a aquellos que continúan abonando los gastos centrales, quienes son castigados con un recargo en las liquidaciones mensuales a fin de mantener el fondo de reserva, al que inevitablemente se recurre para tapar los baches provocados por la morosidad. Y aquí debe hacerse hincapié en otro aspecto que despierta resquemores, y es que se percibe en no pocas ocasiones que el no pagar no pasa necesariamente por la imposibilidad de hacerlo, sino por una actitud especulativa.
Pero estas excepciones -que no son, tristemente, tan escasas- no deben asemejarse al árbol que impide ver el bosque. Acaso el futuro inmediato, si se resuelve el vacío de poder, se brindan respuestas concretas y certezas en el terreno económico y se produce un mayor acostumbramiento a la bancarización tan abruptamente decidida, permita ir resolviendo una parte de los problemas.


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