Sergio Roulier
El barrio Avellaneda Oeste fue uno de los centros de mayor efervescencia social durante los últimos saqueos en Rosario. Un sector en el que la gente se movilizó y donde se sintió más la revuelta. Fue uno de los puntos de la ciudad con mayor presencia policial en esos días. En su esquina más concurrida, Avellaneda y Amenabar, balearon a un periodista de La Capital. Pero para entender parte de tanta explosión social, hay que adentrarse en el lugar. Avellaneda Oeste es una zona de familias muy humildes, con más de la mitad que viven en asentamientos precarios y el resto en cooperativas de vivienda. Tiene tres áreas de villas de emergencia (Banana, La Boca y Manantial) y cuatro complejos con habitantes que fueron relocalizados de otros sectores marginales. Buena parte de las calles son de tierra y no hay servicio de cloacas. Hay problemas con la luz, muchos están enganchados. La ayuda social no alcanza a cubrir las necesidades de la gente. Siempre se lo identificó con los barrios San Francisquito y Triángulo, y dependió de sus instituciones. Creció y tomó identidad con la reforma de Avellaneda y la apertura de 27 de Febrero. Su historia está ligada a quintas, sectores inundables y la vieja estación de maniobras del ferrocarril, sobre el que se asentó Villa Banana. La urbanización vino más tarde, desde la avenida Avellaneda donde se encuentran las mejores construcciones. El lugar fue elegido para la edificación de unidades habitacionales para ubicar a familias de otros barrios o del mismo lugar. Son cuatro complejos: la cooperativa de vivienda Avellaneda Oeste, con 107 casas; los 46 dúplex del sector de La Boca; 45 unidades de un proyecto conjunto entre el municipio y entidades alemanas (cooperativa 9 de Julio), y 127 viviendas donde habitan los que mudaron de La Tablada. Este grupo fue el último que llegó y el que más se hizo notar con la protesta por el estado de las casas. La familia Spadoni reconoció que con el tiempo "las cosas se fueron solucionando" y hoy ese sector tiene hasta una escuela y un dispensario. Buena parte de la población está asistida. Hay cuatro comedores dentro de la jurisdicción, más los de las escuelas adonde van los chicos, fuera del barrio. Sólo en la vecinal se atienden 60 consultas médicas por día, 150 chicos reciben la comida y la copa de leche, y se entregan bolsones con alimentos a 155 jubilados. La asistencia social en Avellaneda Oeste parece insuficiente. Fue altísima la demanda de comida cuando el municipio y la provincia salieron a repartir ayuda alimentaria en el medio del estallido. Hubo habitantes del barrio que se prendieron en los saqueos a comercios que están muy cerca de allí. Y los vecinos aseguran que el clima quedo "recalentado". Es que el mayor problema es la falta de trabajo. Están casi todos sin empleo. Se la rebuscan con los carros y el cirujeo, alguna huerta comunitaria y la venta callejera de mercaderías. Para Diolindo Aquino, al frente de la vecinal, también lo preocupante son "la desnutrición y los parásitos en los niños". El ritmo de una tarde cualquiera es el de un mate en la puerta del rancho o la vivienda, un picado de fútbol en el potrero de la esquina o el encuentro en el templo evangélico elegido. Para los chicos, el patio de casa está en la calle y sólo un viejo parque ambulante de diversiones rompe la monotonía del pasaje Lejarza, el único con salida a nivel de las vías. Las obras sobre Avellaneda y 27 de Febrero le dieron más salida al barrio. Es más, le permitieron crecer y avanzar sobre otros sectores aledaños. Sobre el bulevar Seguí, donde se dividen las manos y hay que hacer un rodeo para seguir hasta los Fonavi de Rouillón, se volvió complicado el tránsito por la gran cantidad de peatones y las viviendas que se levantaron casi sobre la calle.
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