| | Es tiempo de asumir una severa autocrítica para poder salir adelante Opinión: La Argentina que nos duele
| Jaime E. Abut
En verdad, podemos afirmar, así en plural y sin duda alguna, que nos duele y mucho nuestra Argentina, pero no sólo ésta que hoy es sino, tal vez más aún, la que soñamos que fuera, la que pudo y debió ser, la que, hasta ahora no fue y que todavía esperamos fervientemente que pueda ser en un futuro no tan lejano. Es menester para posibilitar esa esperanza que lo querramos intensamente confiando en que será factible y que, pese a todo, podemos y debemos intentarlo nosotros mismos, con nuestra convicción, voluntad y compromiso, emprendiendo lo que nadie hará por nosotros, pero a la que otros podrían sumarse, después, y no antes de nuestra iniciativa. Para ello debemos despejar temores, dudas, incertidumbres paralizantes, actuando en positivo y no jugando a la peligrosa "profecía autocumplida", a la que sin quererlo contribuimos cuando procuramos defendernos buscando salvaguardar algunos de nuestros activos, mientras nosotros mismos más importantes que aquéllos seguimos expuestos y resignamos la declinación de nuestros derechos y especialmente de nuestra libertad, de nuestra esperanza. Si partimos de esa premisa, resulta evidente que los argentinos estamos atravesando un tiempo de muy graves y preocupantes dificultades cuya percepción es también externa, pero cuyo padecimiento es principalmente interno y agobia a toda nuestra sociedad, aunque recae más duramente sobre sus sectores, regiones y segmentos más débiles e indefensos. Pero la certeza de estar soportando los efectos de esa situación no asegura coincidencias ni acerca de sus causas fundamentales, ni menos aún de las decisiones que solucionen o por lo menos atenúen los alcances y la duración de dichos problemas. Por lo que aún, a riesgo de pecar de redundantes o reiterativos, debemos insistir en la necesidad de caracterizar a los problemas que nos afligen intentando analizarlos, evaluarlos y proyectarlos y, hasta donde podamos, diagnosticarlos para poder finalmente actuar en procura de su resolución o del mejoramiento de la situación problemática. Incluso, habiendo como hay seguramente, más de un problema es menester ordenarlos separando los más críticos de los menos apremiantes, los antecedentes de los consecuentes, ya que aquéllos tienen la prioridad de su urgencia y los fundamentales y anteriores la causalidad de los que de ellos se derivan. Procediendo con esa metodología nos atrevemos a suponer que si asumimos con sincera autocrítica la responsabilidad que a todos nos incumbe, aunque en diferentes proporciones, a algunos por hacedores principales de los males y a otros por demasiado pasivos, tolerantes y permisivos, podremos concluir que los problemas argentinos que hoy nos perturban y hasta desorientan son: * Más internos que externos. * Más estructurales y permanentes, que cíclicos y transitorios. * Más culturales, normativos y de valores, que instrumentales. * Más éticos y de conductas, que de recursos. * Más de falta de credibilidad, de transparencia, de institucionalidad y de no vigencia de un verdadero estado de derecho. * Más de escasez de liderazgos ejemplares, con proyectos convocantes, aglutinantes e integradores. * Más de inestabilidad e imprevisibilidad de las reglas de juego, que de pautas orientadoras. * Más de carencia de anticipación proactiva, que de acciones reactivas, las más de las veces, erradas, arbitrarias, discontinuas, tardías y hasta inoportunas e inconducentes. * Más extraeconómicos, que económicos, aunque deriven finalmente, y por resultado, en económicos. No eludiendo ni autojustificando con ligereza los errores y faltas incurridos ni descargando en culpas ajenas, deberíamos, no obstante, con madurez y realismo capitalizar los resultados tan negativos que recogemos aprendiendo de todo ello, reconociéndolo, sancionándolo y evitando su reiteración, para poder apelar a las reservas morales, a las fortalezas y a las potencialidades, que aún conservamos, para que podamos: * Viabilizar el país y la sociedad que, verdaderamente, imaginamos, queremos y debemos realizar. * Reconstruir los fines y los valores básicos compartidos que sustentan el sentido de Nación como "sugestivo proyecto de vida en común". * Restablecer la paz social, las seguridades elementales, la convivencia civilizada y tolerante, la confianza y el respeto mutuos, fundamentos del tejido y el capital sociales. * Recuperar nuestra dignidad, nuestra autoestima, nuestra autenticidad, para ser actores protagónicos y responsables de nuestros destinos y no mendicantes de auxilios ilusoriamente sustitutivos. * Reformular estrategias y proyectos desafiantes e imaginativos, con visión de futuro y esperanza fundada para volver a crecer autosostenidamente, aprovechando nuestras potencialidades y recursos, asignados y reasignados con racionalidad, creatividad, perseverancia, eficiencia, competitividad y espíritu emprendedor. * Recrear la igualdad de oportunidades, la movilidad socio-económica ascendente y la pertenencia reparadora, con equidad en el reparto de los costos y de los resultados, con la certeza de un justo sistema de premios y sanciones. * Revalorizar la educación y la capacitación inclusivas y la productividad generalizada para preservar y efectivizar nuestra libertad responsable, ejerciendo nuestros derechos innegociables y cumpliendo participativamente nuestras obligaciones indelegables. Lo que pretendemos describir, enunciativa y no taxativamente, es sin duda una apasionante e impostergable tarea que debemos asumir y concretar nosotros mismos, y en lo que, no de otros, sino sólo de nosotros depende, y hacerlo ahora, y no demasiado tarde, por aquello de que "si no nosotros, quién?, si no ahora, cuándo?". Tal vez nunca como hoy debemos creer para querer, querer para poder y poder para deber, no renegando del protagonismo activo que debemos ejercitar, para estar a la altura de estos difíciles tiempos de prueba de los que debería emerger una nueva Argentina y una sociedad mejor, refundadas y hasta reinventadas, con una vocación y un compromiso de grandeza, con objetivos factibles no inferiores a lo mejor posible, a los que no debemos renunciar, porque no nos fue dada la vida para la intrascendencia, ni para la resignación conformista, ni para la mediocridad complaciente, sino para la creación y realización en plenitud, para ser leales con nuestro pasado, para ser consecuentes con nuestro futuro.
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