Corina Canale
Claromecó tiene el encanto de las playas en las que amanece y atardece en el mar. Su nombre de origen araucano significa Tres Arroyos, como el partido bonaerense al que pertenece. Desde 1922 hay allí un faro de 50 metros de alto que oficia de fantástico mirador para los que se animan a subir casi 300 escalones. Dicen que fue el lenguaje de luces del vigía marino el que guió hacia la costa a Cristian, el hombre que se arrojó a las aguas del océano escapando del barco que lo llevaba al penal de Ushuaia. Los pocos habitantes del lugar lo apodaron "el pescador", y se acostumbraron a verlo en la cabaña que levantó a la sombra de un árbol añoso. De ese hombre que miraba el mar con obsesión, quedó un monolito y un salto que recuerda la historia del solitario. En Claromecó también hay un cementerio natural de caracoles, al que llaman caracolero, donde los coleccionistas pasan muchas horas descubriendo formas y colores rarísimos. Según la tradición, hay que ir hasta el caracolero en las noches de luna llena. En el balneario se encuentra la estación forestal "San Francisco de Bellocq", donde en 1944 la familia Bellocq trajo árboles de su estancia cercana y comenzó con la ardua tarea de forestar. Con el tiempo crecieron pinos y acacias, cipreses y álamos, y ahora en el medio del bosque está el anfiteatro natural Ingeniero Paolucci, escenario de encuentros corales. El lugar también atrae a los ornitólogos por la cantidad de pájaros que viven en la copa de los árboles. La salida de las barcas pesqueras al océano son un espectáculo tan diferente como cotidiano. Sin puerto que las amarre, las barcas son empujadas mar adentro por tractores, y si la marea es baja, por caballos atados a la proa. Una rara ceremonia que convoca a todos los visitantes. Muy cerca de Claromecó hay otros dos balnearios que vale la pena conocer. Son famosos los bucólicos atardeceres rojizos de Reta, y los muchos pescadores de corvinas, pejerreyes y lisas que se instalan en la solitaria desembocadura del Quequén Salado. El otro balneario es Punta Desnudez, un lugar al que todos llaman Orense, una playa joven, agreste y de curiosa forma semicircular. Los nativos afirman que es el último enclave marino en estado salvaje. Los acampantes llegan a Punta Desnudez buscando el abrigo del famoso Médano 40, una enorme duna forestada que semeja un oasis en medio del desierto. En esta comarca los hombres blancos erigieron fortines para luchar contra los pueblos nativos a comienzos del siglo XX, y la leyenda instaló las inciertas aventuras de Pacheco, al que algunos conocían como "el malo" y otros como "el tigre de Quequén". A veces los lugareños cuentan esta historia.
| |