Miguel Pisano
"No les voy a dar el gusto", asegura Pepo, el dueño del autoservicio homónimo de Saavedra al 600, en una saludable apuesta a pelear contra quienes lo saquearon el miércoles a la tarde. Este hombre de 44 años, un metro 80 largo y voz cansada y triste pero firme, cuenta su historia de una vida de 14 años en el ramo, junto a su esposa Ana, en la desordenada oficina de su negocio central, un típico autoservicio de barrio situado en Ayacucho entre bulevar Seguí y Saavedra, a sólo un par de cuadras de la Villa Ayacucho, en pleno corazón de Tablada. Ese día, Pepo había confiado que pensaba cerrar y que quedarían sus siete empleados en la calle, pero la tozudez de estas chicas y muchachos veinte y treintañeros lo convenció de levantar la guardia y seguir luchando. "Voy a seguir normal, gracias a los chicos. Ellos se quedaron a dormir acá para defender el negocio y su trabajo porque saben dónde están parados. Ellos manejan todo", dobla la apuesta, mientras se permite uno de los escasos gestos de esperanza durante la entrevista de casi una hora con La Capital . "Acá la ligamos de rebote", asegura Pepo sobre el saqueo que sufrieron en la auténtica tarde de miércoles, por parte de uno de los grupos que no logró entrar en el supermercado La Reina, de San Martín y Ayolas, uno de los últimos súper de barrio de la ciudad. "La policía los corrió de La Reina, un grupo salió por San Martín y otro agarró por Saavedra, pero los siguieron hasta Maipú y ahí los largaron, entonces vinieron derecho y nos robaron, porque esto es delito más que saqueo, abrieron la caja registradora y hasta se metieron en el depósito", recuerda este hombre alto y robusto, enfundado en una camisa gris, pantalón azul y mocasines negros, que se muerde los labios y calla, como con bronca y junando. "A los primeros que llegaron quiso pararlos un vecino que estaba con el auto, pero lo amenazaron con un cuchillo y le gritaron que por qué se metía, y acá no entraron porque los corrió un vecino hasta que vino la policía", recuerda Pepo, que junto a su mujer ve a estos saqueos demasiado parecidos a los del 89 y con el conato sufrido en noviembre del año pasado. "La única diferencia con los saqueos del 89 fue que ahora por lo menos llamábamos a la policía y venía, a diferencia de aquella vez, cuando si llamabas a la Gendarmería ni siquiera te contestaban el teléfono", compara Ana dos situaciones con varios puntos comunes como la información previa, las caras extrañas de los punteros en auto recorriendo los barrios, que volvieron como en el tango, y la usina de rumores más propia de las operaciones de inteligencia que de los estallidos espontáneos. "Un vecino fue el cabecilla, son toda gente conocida", denuncia Pepo, aunque prefiere guardarse los demás datos de una historia de miserias cotidianas. "Uno de los que entraron anda con la pierna cortada por los vidrios y camina tranquilamente por la calle", abunda este hombre que jamás levanta el tono de voz aunque la procesión vaya por dentro. La historia que no quieren contar habla de un par de grupos de vecinos de zonas cercanas, uno de los cuales entró a saquear esta vez y otro que actuó en los intentos anteriores. "El pibito que robaba el año pasado se había puesto una granjita y salió a reventar los negocios", dispara un cliente del barrio, desde la relativa seguridad del anonimato. "Eran las 4 de la tarde y nosotros abrimos a las 5. Levantaron la persiana, rompieron los vidrios e hicieron un chiquero. Cómo será, que quisieron pasar una bandeja con pulpa picada y nalga por un hueco y, como no pudieron, la dejaron tirada en medio de los vidrios", rebobina Pepo la película del miércoles más triste de los últimos tiempos. Con todo, luego del saqueo del mercadito de calle Saavedra, enfrente del club Ciclón, y del intento de ingreso al autoservicio de Ayacucho, los empleados de Pepo se reunieron, hablaron claro y decidieron buscar colchones y quedarse a dormir en el local que se había salvado, como la mejor forma de defender ellos mismos su fuente de trabajo. Ellos son Selva, Mariela, Luján, Juan, Miguel, Gustavo y José, todos pibes de Villa Diego de entre 20 y 30 años, que van y vienen en bicicleta, y que tienen hijos a los que dejan para cuidar el laburo que defienden con prepotencia de trabajo, como decía Roberto Arlt.
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