| | Análisis: Nadie quiso seguir con esto
| Mauricio Maronna
Nadie quiso seguir con esto. La ineptitud extrema de Fernando de la Rúa ni siquiera alcanzó para maquillar a una Argentina demacrada que, tras diez años de menemismo, decidió otorgarle un voto de confianza a una Alianza que, camuflada bajo una impracticable Carta a los Argentinos, no estaba preparada para ejercer el poder. Los mismos protagonistas que decidieron decirle basta en el 99 al justicialismo a base de cacerolazos y apagones, se hartaron de la receta repetida de ajuste tras ajuste y de la absoluta falta de liderazgo de un hombre atribulado, con miedo escénico por la tarea de gobernar, vacilante a la hora de las grandes decisiones y desconfiado para delegar funciones. Cuando la Alianza por la Educación, el Trabajo y la Justicia asumió el poder, el 10 de diciembre, se escribió que el principal desafío de la coalición era convivir con las diferencias. Rápidamente esa prioridad se hizo trizas con la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Alvarez, con el éxodo de otros dirigentes frepasistas y con el portazo de los referentes progresistas de la Unión Cívica Radical. El apodo de sepulturero que los gobernadores justicialistas le habían endilgado al jefe del Estado parecía marchar viento en popa, pero el estilo errático de conducción y la obsesión en seguir los dictados de una política económica suicida fueron carcomiendo cada vez más sus raídos índices de imagen positiva. Hace dos años atrás también se dijo que la presidencia de De la Rúa constituia una formidable oportunidad para que el radicalismo dejara definitivamente archivada su histórica defección a la hora de ejercer el poder y enviara al arcón de los recuerdos su traumático paso por el gobierno, desde el 83 hasta el 89, cuando Raúl Alfonsín abandonó el barco en un escenario social anarquizado. Sin embargo, el centenario partido de Alem volvió a repetir la historia. "Si tenemos que irnos del poder antes del 10 de diciembre del 2003 no regresaremos a gobernar la Argentina por cincuenta años", repetía Alfonsín entre sus íntimos. Ayer, el fantasma de la profecía autocumplida se corporizó con De la Rúa abandonando en helicóptero el edificio de Balcarce 50. Un triste y solitario final para un hombre con espaldas demasiado estrechas como para cargar el peso de una crisis que él mismo contribuyó a profundizar.
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