| | Editorial Reacción popular histórica
| Ocurrió de pronto y sin aviso, como respuesta espontánea de la gente luego del discurso de anteayer del ya ex presidente Fernando de la Rúa. En pocos minutos, las calles de la ciudad se poblaron -cerca de la medianoche- de personas de todas las clases sociales. El signo común que las unía eran la indignación y el disconformismo. Sin embargo, los expresaban pacíficamente: cacerolas en mano, en muchos casos con chicos de la mano y hasta en brazos, se encolumnaron detrás de una monolítica consigna: el cambio de rumbo económico. Cuadra tras cuadra, el grupo se iba engrosando. Cada vez más rosarinos se sumaban a la protesta, que tenía un rasgo curioso y acaso inédito en la Argentina: su absoluta carencia de identificación con banderas partidarias. Cuando por fin llegaron al Monumento a la Bandera -mientras tanto, en Capital Federal, una multitud aún mayor colmaba la Plaza de Mayo-, ese símil contemporáneo del Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 ejerció con ejemplar corrección cívica su derecho a réplica contra las políticas diseñadas desde el poder. Y así el pueblo demostró nuevamente que sigue siendo el verdadero y único propietario de su destino. La contundencia de lo sucedido no deja margen para las vacilaciones a la hora del diagnóstico: el reclamo unánime -verdadero clamor popular- es que la Argentina retorne a un camino de crecimiento. Los cuestionamientos a la clase política se convirtieron, en muchos casos, en directo repudio: la delegación realizada a través del voto se revirtió categóricamente anteanoche, mediante el explícito mensaje que encarna la movilización masiva. Lo que se pide no constituye ningún misterio; pero en primer término, sin dudas, se requieren idoneidad y decencia. La existencia de un sector dirigencial lleno de privilegios, que hace del Estado una suerte de coto privado de caza, ignorando las necesidades de la gran mayoría del pueblo, parece haber llegado a un punto límite. La sordera debe terminar. El país ya no permite más que se gobierne de espaldas a la gente. Lo ocurrido en la noche del pasado miércoles fue histórico. Significa, se lo reitera, un punto de inflexión, un momento de quiebre, una página que se cierra y otra que se abre. Y, tal vez, el comienzo del largo y doloroso parto de una Argentina nueva. Ojalá que quienes se hagan cargo de conducir el proceso se encuentren a la altura de sus responsabilidades. Porque si no fuera así, la gente seguirá buscando. Hasta encontrarlos.
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