Año CXXXV
 Nº 49.336
Rosario,
jueves  20 de
diciembre de 2001
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El estallido. Algunos comerciantes se enfrentaron a los manifestantes
La autodefensa elegida como estrategia

Pablo R. Procopio

Tensión y pánico. Como una cuerda vibrando indefinidamente y un zumbido ensordecedor en los oídos. Esas sensaciones fueron conjuntas: de los vecinos, los empleados y la policía que custodió ayer casi toda la tarde los locales del supermercado Unico, de Lavalle y bulevar 27 de Febrero. Aunque la tajante determinación del propietario y los empleados de autodefenderse primó a la hora de evitar los saqueos.
Fue una estrategia casi infalible. Cerca de las 14.30 llegaron los visitantes de la Villa del Mercado, en el suroeste rosarino, dispuestos a llevarse todo. Entonces, en la vereda del súper de Lavalle 2555 y el depósito de enfrente, los trabajadores hicieron fogatas, arrojaron aceite y nafta y rompieron botellas, decenas de botellas a manera de barricadas.
Había vidrios gruesos esparcidos por todos lados que crujían al ser pisados. Y restos ennegrecidos de las maderas quemadas.
Llegó la policía y cortó el tránsito con unos 30 patrulleros. Pero no logró interrumpir el avance de los manifestantes, quienes sin embargo detuvieron su marcha a 30 metros de los locales.
Pasar hacia los negocios con sus persianas metálicas bajas no iba a ser fácil. Más aún teniendo en cuenta que los empleados ya casi tenían listas bombas molotov en el primer piso del galpón mayorista.
Los autores de la táctica estaban íntimamente nerviosos. Discutían y se reguardaban mutuamente. "Estás embarazada. No podés quedarte", le dijo una empleada a otra, mientras el resto de sus compañeros se calzaba remeras y pecheras con el logo de Unico para distinguirse en los enfrentamientos y terminaba otras sorpresitas adentro de los locales.
Los minutos pasaban y los hambrientos permanecían a algo más de una cuadra, esperando el momento exacto para la reentré. En eso, representantes de organismos defensores de los derechos humanos intentaron negociar y consensuaron sin éxito la realización de ollas populares con el aporte indispensable del dueño del supermercado.
Cada tregua fue precedida y seguida por un enfrentamiento. Los villeros tiraban piedras, cascotes, ladrillos y, peor aún, balas de plomo. La policía respondía con cartuchos antitumulto y gases lacrimógenos, según indicaron los propios hombres de la fuerza. "Hubo dos efectivos heridos", dijeron.
El estupor se apropió de la tarde entera y no dejó libre a la noche. Los efectivos se fueron cerca de las 21. Desde los fondos del barrio lo aprovecharon. Los empleados estaban solos y decidieron contraatacar. Cruzaron hasta la otra cuadra y arremetieron con bombas de estruendo, aceite y nafta mientras les contestaba una lluvia de pedradas. La policía volvió y también una tensa calma que se mantenía a medianoche.
Pero los resultados de la autodefensa no fueron siempre los esperados. En dos negocios mucho más humildes, la policía pasó de largo y no logró evitar los piedrazos de una horda enardecida. El dueño de una fiambrería de Avellaneda y Garay junto a sus hijos respondieron con los mismos elementos contundentes. Pero Sebastián, de 23 años, la pagó caro desde la terraza del local: fue objeto de un piedrazo fortísimo en la cabeza que lo hizo tambalear y casi desmoronarse. En la carnicería de enfrente también llovían los cascotes. "Hace 8 años que la peleamos desde abajo y hoy nos rompieron el alma nuestros propios clientes", dijo Sebastián. Su padre estaba desecho.



Sebastián defindió su negocio con uñas y dientes.
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