 |  | Un miedo cerval que se desata en un choque demencial
 | Alfredo Chies
La violencia que se funda en el hartazgo de una carencia inacabable, y un futuro que se niega a la razón esencial de la persona, se oponen al miedo cerval que provoca enfrentarse a una multitud que sólo espera una brecha para ir, voltear, agarrar y volver; en silencio, la gran mayoría con vergüenza, con angustia de tener que transgredir valores que aún la pobreza mantiene en pie. El miedo es lo que se enseñorea en un saqueo, un terror que obliga a todas las facciones arrojadas con prepotencia a una confrontación demencial que se resuelve con una huida hacia adelante, atrincherado en un balcón con una escopeta, escondido entre otras decenas de cuerpos para esquivar las balas de plástico, y los policías que intentan y apenas pueden encarrilar un tren que corre desbocado por donde no hay vías y terminan siendo el blanco de las otras dos partes. En medio de ese miedo la violencia se toca, se siente, se ve, deja de ser algo intangible para tomar unas cuantas formas. Los ojos muy abiertos, el cuerpo en alerta, duro, con la mente puesta en llegar a las góndolas donde hay cosas que, algunos, nunca pueden comprar. Así se ve a una mujer que lleva una bolsa con pan, manteca y suavizante para la ropa; un muchacho que arrastra un costillar de ternera y en la otra mano lleva una botella de whisky y un pan dulce, un hombre morocho encorvado sobre una bicicleta que lleva pan, una horma de queso, yerba y harina, y detergente. Del otro lado, los dueños que ven avanzar a una muchedumbre a la que enfrentan solos, casi resignados, que saben que están ante algo inevitable pero necesitan poder pensar que hicieron todo lo posible antes de perder, en algunos casos, muchos años de esfuerzo almacenados en un galpón. Además, conocen a la mayoría de las personas que estuvieron envueltas en ese aquelarre desatado en un instante. La policía dijo que había varias personas que se trasladaban en dos camionetas y que organizaban grupos antes de que se iniciaran los saqueos. No se habló de marcas, colores o modelos. Sólo que eran viejas, y que habían sido vistas en varios puntos donde se desataron conflictos. Pero pensar que los saqueos se producen porque alguien los organiza, es demasiado simple, y creer que, a pesar de que hay delincuentes en las acciones, toda la gente es mágicamente arrastrada a ese torbellino que los transforma también a ellos, a todos, en malhechores. Esos delincuentes, entonces, debieran ser consultados sobre el mecanismo que emplean para tener tanto consenso popular en tan poco tiempo. Sería fácil para la policía encerrar a quienes viven al margen, porque en cada saqueo estarían todos los ladrones de cada ciudad. En estos saqueos hay una coincidencia exasperante entre saqueadores y saqueados: todos son víctimas de una instancia fatal, donde como en una tragedia griega, nadie sobrevive y todos arrastran durante mucho tiempo las heridas del alma. Los que la tienen.
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