Mauricio Maronna
Si para que algo renazca primero tiene que morir, el estallido social que se produjo ayer en la Argentina es el punto final de una política económica suicida impulsada por un gobierno que, lejos de actuar como un bombero entre las llamas, roció el escenario de nafta con impuestazos por doquier, encendió los fósforos con ajustes permanentes y terminó de incendiar el terreno con la restricción de fondos a la clase media. El mix de recesión económica y ausencia de liderazgo explotó bajo la forma de la anarquía con la lucha de pobres contra pobres, una fórmula tan cruel como absurda. El cachetazo que la sociedad le dio en las urnas a la clase política lejos estuvo de ser interpretado por la dirigencia nacional: cada cual siguió jugando su juego. El gobierno no cedió un ápice en su estrategia autista y logró el milagro de convertir en piquetera a la habitualmente mansa clase media. El operativo de pinzas no pudo haber tenido peor estrategia: desmantelamiento de los planes sociales y despido de los únicos funcionarios que, al menos, ponían la cara en los lugares de conflicto (Juan Pablo Cafiero y Patricia Bullrich). La profundidad del conflicto hizo crecer en entidad a los movimientos piqueteros que, a lo largo y ancho de la Argentina, fueron reemplazando a las anquilosadas y desprestigiadas cúpulas sindicales tradicionales. El Ejecutivo fue licuando cada vez más su diezmado capital político y se quedó hasta sin partido oficialista que pudiera defender aunque sea lo indefendible desde el terreno mediático. El operativo de pinzas terminó de cerrarse con el desesperado manotazo de ahogado que Domingo Cavallo lanzó sobre los sectores medios de la sociedad. Ya no eran solamente los piqueteros de Tartagal o del conurbano bonaerense los que cortaban calles y rutas: la escenografía de protesta comenzó a repetirse en los menos agrestes paisajes de las principales ciudades del país. Bastó que alguien tirarse la primera piedra para que la Argentina volviera a vivir la historia, que aquí se repite siempre como tragedia y no como farsa. Está demasiado claro que el gobierno ya no puede hacer nada por sí mismo, pero es hora también de que la oposición, los empresarios y los sindicatos dejen de balconear la crisis. Aunque los funcionarios hayan desgastado el contenido de la palabra "concertación", ésta es indispensable para que la política salve a la política. Y más: para salvar al país. "Lo peor ya pasó", le dijo el jefe del Estado a La Capital el 21 de diciembre de 2000, en una entrevista exclusiva. El control de la Nación parece demasiado importante como para dejarlo, hoy por hoy, solamente en manos de De la Rúa. La concertación es ahora o nunca.
|  El país se reencontró con una postal que hiere la paz. |  | Ampliar Foto |  |  |
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