La realidad de este Racing vigoroso en lo espiritual y anémico en lo futbolístico chocó el domingo contra sí mismo en el partido ante Banfield y le permitió a River Plate treparse nuevamente al carro de una ilusión, por la que los de Avellaneda penan desde hace 35 años.
Es que tanto entusiasmo y tanta emoción contenida dieron forma a un gigantesco árbol que les impidió a los hinchas de Racing ver el bosque de las limitaciones de su equipo.
Y ahora, con la latente posibilidad de que un mal paso pueda destrozar en mil pedazos una esperanza que cada sufrido hincha racinguista atesora como una imagen sagrada, los viejos fantasmas se corporizaron y quedaron transformados en un equipo que es mucho menos que el que algunos creyeron ver, pero que con lo poco que tiene le alcanza para sobresalir en un medio absolutamente deprimido.
Salvo este River que recién el pasado fin de semana se liberó de sus problemas electorales, esos que no deberían afectar a lo futbolístico pero por alguna extraña razón siempre lo terminan haciendo, y el Boca de Juan Román Riquelme y Carlos Bianchi en retirada, que estuvo todo el Apertura con la mente en otra cosa, nadie tiene más que Racing. Pero tampoco menos.
El humilde Banfield
Por eso no resultó extraño que el humilde Banfield estuviera a punto de vencerlo el domingo, pese a la disparidad de objetivos y actualidades de ambos.
No hubo diferencias entre Racing y Banfield en el once contra once, porque ese es el verdadero nivel del equipo de Reinaldo Merlo, quien pese a la escasa materia prima con la que cuenta tuvo la suficiente inteligencia como para armar un equipo competitivo.
Después, el corazón de todos, los de adentro y los de afuera, la buena fortuna en algunos casos y el peso específico de cualquier líder grande hicieron el resto.
Con poco gol, una defensa normal y un mediocampo sin vuelo, resulta difícil entender las razones por las que este Racing fue hasta el domingo cómodo puntero del Apertura, más allá del fervor y todo eso.
Porque de hecho si se lo compara con su escolta, River, los números no lo favorecen más allá de la puntuación. Hasta el momento y al cabo de 17 jornadas, los de Núñez los aventajan por 11 goles a favor (42 a 31) y tienen dos menos en contra (14 a 16).
Además, el goleador de River, Martín Cardetti (también lo es del campeonato), duplica en cantidad de tantos al de Racing, Maximiliano Estévez (14 a 7).
Y en el plano individual, no hay ningún D'Alessandro ni Ortega ni Cambiasso en el equipo de Avellaneda. Sin embargo, pese a todos esos datos, Racing está por encima de River.
Quizás esto constituya un mal antecedente para el fútbol argentino en el plano local, más allá de la merecida alegría que le deparará el título a la fiel hinchada racinguista, ya que hasta en el equipo más aferrado a la táctica que se recuerde existieron un par de talentos como para darle color a su juego.
Los tuvo el Boca de los 70 dirigido por Juan Carlos Lorenzo en los pies y la cabeza de Mario Zanabria y Carlos Veglio; o el Estudiantes de los 80 que conducía Carlos Bilardo con Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani y José Bocha Ponce.
Por todo esto Racing es un caso muy especial. O es el primero del fútbol argentino que se viene en Argentina, o es la razón para los que dicen que lo único importante es el resultado y no siempre gana el que juega mejor, o simplemente será un hecho aislado producto de estos torneos cortos.
Pero si nada de esto tiene visos de realidad, entonces Marta Minujín tendrá que agrandar mucho más la estatua que le está construyendo a Mostaza Merlo. (Télam)