María Laura Cicerchia
El médico Eduardo Fridman no actuó impulsado por un súbito arrebato de violencia sino que planificó el asesinato del gerente de la Asociación Española de Socorros Mutuos: fingió necesitar una entrevista con él, camufló su revólver y se aprovechó de la indefensión del contador para dispararle directo a la cabeza. Así se desprende de la resolución firmada ayer por el juez Carlos Carbone, quien procesó al profesional a 17 días del hecho. Por preparar el crimen y traicionar a la víctima, Fridman fue acusado de cometer un homicidio alevoso (y no simple), por el cual podría corresponderle una pena de prisión perpetua. A partir de la medida dictada ayer por el juez de Instrucción Carlos Carbone, la causa por el crimen del gerente Claudio Zampol pasará al juzgado de Sentencia Nº 4, donde Fridman será sometido a un juicio. La decisión del juez no será apelada, ya que Fridman firmó su consentimiento con la resolución. Esto significa que sólo restan unos trámites formales para que comience el juicio. Aunque inicialmente estuvo acusado de cometer un homicidio simple (con pena mínima de 8 años de prisión), el médico clínico de 74 años fue procesado por un delito más grave -homicidio agravado por la alevosía- que se castiga con reclusión o prisión perpetua. Los datos para considerar que Fridman planificó el asesinato surgen de la reconstrucción de los pasos que siguió el 19 de noviembre pasado, antes y después de asesinar a Zampol en su despacho de la obra social. Ese día Fridman llegó a trabajar, como siempre, a las 10.30 de la mañana. Una empleada de la entidad le informó que debía entrevistarse con el gerente. "¡Otra vez!", se quejó el profesional, según las declaraciones de los testigos. El diálogo ente Fridman y Zampol durante ese primer encuentro fue breve. El médico sabía que iban a sancionarlo y fue directo al grano: -¿Para cuándo, para hoy o para mañana? -Para mañana, contestó Zampol. La sanción había sido impuesta por la Comisión Directiva de la entidad a partir de una queja presentada por la socia Cecilia Monserrat. La mujer había recibido insultos y un trato irrespetuoso de parte del profesional, quien reaccionó de esa manera por un hecho minúsculo: la demora en llamar a un ascensor. Después de esa primera reunión con el gerente, Fridman subió a su consultorio del tercer piso y atendió a tres pacientes. Cuando concluyó su tarea se dirigió nuevamente a la gerencia y le anunció a la secretaria que había olvidado decirle algo a Zampol. La mujer, sorprendida porque el médico la había llamado por su nombre por primera vez en años, lo hizo pasar. Lo que iba a escuchar después la sorprendería todavía más. "¿Usted es católico?", fue la macabra pregunta que Fridman le dirigió al gerente. Ante la respuesta afirmativa de Zampol, el médico cerró la puerta. Luego de un murmullo que duró apenas segundos se escuchó la detonación y el ruido del cuerpo de Zampol al caer. Fridman, tirador profesional, le había disparado con su revólver Smith & Wesson calibre 38 a la cabeza. La bala ingresó por el ojo derecho de Zampol y le perforó el cráneo. El proyectil siguió su recorrido hasta estrellarse contra una ventana. Luego el médico se retiró, arma en mano, y anunció a los empleados lo que había hecho: "Lo maté a ese hijo de puta. Se quedaron sin gerente", dijo mientras guardaba el arma en el bolso. Salió caminando tranquilamente por la puerta principal. En un bar ubicado a media cuadra de allí lo detuvo la policía mientras tomaba una gaseosa. Todavía conservaba el arma. Así fue como ocurrió todo según los testimonios recabados en el juzgado de Carbone. Otros detalles del hecho se conocieron a partir de las pericias. Por ejemplo, se supo que el médico disparó el arma sin retirarla de la bolsa de nylon blanca donde la guardaba, un dato que resultó clave para que el homicidio fuera considerado alevoso. Es que el camuflaje del revólver impidió, según la resolución, que el gerente tuviera la posibilidad de reaccionar o defenderse, por desconocer lo que le iba a suceder. Para el magistrado, Fridman planificó y preordenó sus actos para tomar a la víctima desprevenida, impedir cualquier tipo de reacción de su parte y actuar sobre seguro. Esto significa que no sólo cometió un crimen sino que lo hizo de un modo alevoso: traicionando a la víctima y aprovechándose de su indefensión.
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