El esposo de Gloria Constantino pensó que su mujer estaría en lo de algún vecino cuando regresó y no la encontró, la noche del 23 de febrero de 2000. Inmediatamente salió a buscarla y como no la halló regresó a la casa de Ameghino 640. Tuvo que forzar la puerta, que estaba con llave, y cuando entró vio un gran desorden. El cadáver de su mujer estaba en la bañera y en ese momento pensó que la habían matado durante un intento de robo.
El hombre, que era taxista, no tardó en conocer la verdadera historia: a Gloria, de 66 años, no la mató un ladrón desconocido sino uno de sus nietos.
El homicida es Rubén Ariel Sánchez, de 24 años. Por este crimen el juez Antonio Ramos acaba de condenarlo a 12 años de prisión, aunque el fallo no está firme porque no se sabe si el acusado y la fiscalía apelarán o no la decisión.
Sánchez discutió con la abuela y la golpeó tres veces en el cráneo con un sifón de soda. Según un forense, la mujer murió entre las 18 y las 21 de aquella calurosa tarde de verano.
Para el juez se trató de un crimen bajo emoción violenta, que es un atenuante, pero a su vez agravado por el vínculo que unía a la víctima y el victimario.
Presionado por el dinero
Sánchez asesinó a la abuela porque necesitaba dinero para pagar un viaje que pensaba hacer a Londres. Según su propia confesión, el día del crimen él se lo pidió y como la mujer se negó a darle un préstamo enfureció tanto que la mató.
"Ella estaba en un sillón. La golpeé tres veces y después traté de limpiar todo", declaró una vez que lo descubrieron.
En medio de la desesperación que le produjo el desenlace, Sánchez se apoderó de 1.500 pesos que la mujer guardaba en una mesita de luz. Luego ocultó todas las evidencias que pudo y se dirigió a una agencia de viajes en su moto. Allí compró los pasajes que lo llevarían a la capital del reino británico junto a un amigo.
Después regresó a su casa. En su mochila ocultó el sifón envuelto en una toalla y otras evidencias. Cuando le contaron lo que había ocurrido, fingió sentirse mal y salió para desprenderse de esas pruebas, que arrojó en el arroyo Saladillo pensando que así no lo descubrirían.
En el escenario del crimen, la policía encontró la palanca que acciona el sifón manchada de sangre. Esta evidencia y la declaración de varios testigos, que lo vieron en el escenario del homicidio, lo convirtieron en el principal sospechoso.
Ni bien se lo preguntaron, Sánchez contó con lujo de detalles cómo había matado a su abuela pero aclaró que no había tenido la intención de hacerlo.
Los médicos y psiquiatras forenses confirmaron que no mentía. Para ellos, Sánchez cometió el crimen en un instante de locura, presionado por su amigo para que consiguiera el dinero que les permitiría viajar. Por eso lo sentenció por homicidio emocional, que es como denominan técnicamente los jueces a la emoción violenta, una especie de obnubilación que impide por un instante comprender acabadamente lo que se está haciendo.
Lo curioso es que en la acusación jamás entró la figura del robo de los 1.500 pesos. Por eso Ramos sólo incluyó en su condena la figura del homicidio.
La defensa de Sánchez siempre sostuvo su inocencia. Es más: hasta sembró dudas sobre otras personas. Pero el juez Ramos no dudó: para él, no hay dudas de que fue el autor material del homicidio de Constantino.