El público no parece saber las letras de todas las canciones, más bien escucha y observa a Jorge Drexler como si se tratara de un fenómeno extraño. Y lo es. En su tercera presentación en Rosario, esta vez acompañado por su banda, el uruguayo demostró por qué fue señalado como el cantautor revelación hace un par de años, y por qué su extraña mezcla de géneros no se parece a la de ningún colega. Para empezar, Drexler se para en el escenario con una banda singular. En un rincón retumban los percusionistas, con todo el color del candombe uruguayo, y en otra esquina se ubica el tecladista, que a la vez maneja los samplers y una bandeja de disc jockey. Esta fusión es la marca de Drexler: una combinación sin desequilibrios entre la tradición y algunas perlitas de la música electrónica. Claro que esa estructura jamás funcionaría sin las canciones. Y ahí es donde Drexler tiene un papel de artesano. Con muy pocos prejuicios, el uruguayo se mete con toda la historia de la música de su país, cruza el río de la Plata y toma elementos del folclore argentino, viaja a Brasil y se trae algo de bossa nova, o simplemente navega en el pop, entre los antepasados de miles de canciones que funcionan como una casual fuente de inspiración. El show comenzó con los aires folclóricos de "Crece", una de las mejores canciones de "Sea", el último disco de Drexler. La guitarra se entrecruza con una sólida percusión, mientras el sonido de las máquinas dibuja la base. Antes que los instrumentos, la voz del uruguayo sobresale clara y limpia. La mezcolanza de sangres y culturas queda explícita en la explosiva "De amor y casualidad", mientras que "Vaivén" es pura sutileza, y termina resultando una especie de pericón psicodélico. Los aires de bossa aparecen en "Princesa bacana", con una divertida y melancólica letra sobre una lejana época de excesos. El recital alcanzó un pico con el contagioso candombe tribal de "Llueve" y la versión de "El tamborero", un tema de "Sea" que adquiere mucha más fuerza en vivo. En esta canción el trabajo del DJ se conjuga a la perfección con toda la banda metida en el trabajo de la percusión. Drexler sabe manejar muy bien los climas de un show. Después de la explosión de "Tamborero" siguió con la reposada y reflexiva "El país con el nombre de un río". "Cómo me cuesta quererte, me cuesta perderte, me cuesta olvidar...", cantaba refiriéndose a los sentimientos encontrados que le despierta su país. Drexler puede trasladarse con toda naturalidad de la simpleza de canciones de amor como "Río abajo", "Causa y efecto" o "Me haces bien", hasta temas más complejos como "El pianista del gueto de Varsovia", con su antojadiza base de hip hop, o "La edad del cielo", que despega con vuelo rockero. Para el final se reservó "Horas", esa canción pop de amor algo ingenua pero pegadiza que recuerda el estilo de Leo Maslíah. También brilló la versión caliente y bailable de "Frontera", con la banda a pleno, y la más intimista "Antes". Coki De Bernardis subió al escenario para hacer los coros de "Memoria del cuero", y después siguieron la contagiosa "Nada menos" y "Camino a La Paloma". La gente se fue feliz, tarareando un par de canciones que seguro no van a ser un recuerdo pasajero. C.T.
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