Cuando esta noche den las 20.41 -hora local-, el transbordador Endeavour dejará el planeta Tierra desde Cabo Kennedy (Estados Unidos) llevando en su interior un experimento diseñado en Rosario. Sus autores son tres físicos que trabajan como docentes en la Universidad local, Gerardo Fischfeld (director del proyecto), Amalia Affranchino y Ariel Di Loreto, quienes al regreso del Endeavour estarán en condiciones de estudiar cómo afectó la falta de gravedad el crecimiento de las estructuras cristalinas que enviaron al espacio. Si haber sido seleccionados para contribuir a la carga del transbordador de la Nasa con una experiencia científica ya es todo un mérito, hacerlo con los pocos recursos con que cuentan se parece más a una proeza. Basta conocer el laboratorio donde trabajan y la naturaleza "artesanal" de los aparatos que usan para creerles cuando dicen que "todo es hecho a pulmón".
El edificio de la Universidad Nacional de Rosario que en La Siberia alberga el reactor nuclear debe parecerse bien poco a los cibernéticos laboratorios de la Nasa. Sin embargo, los tres físicos rosarinos que trabajan allí tienen las mismas aspiraciones que sus pares norteamericanos de apuntar a la investigación básica, esa que sin tener aplicación práctica inmediata ensancha permanentemente las fronteras de la ciencia.
El experimento que saldrá al espacio es de carácter simple, entre otras cosas porque es muy poca la energía que le proveerá el transbordador. Su nombre es "Cristanar" -las siglas que corresponden a Cristales Nación Argentina- y consiste básicamente en analizar cómo afecta la falta de gravedad (o "microgravedad") el crecimiento de los cristales de fosfato diácido de potasio, una sustancia conocida como KDP.
El experimento permanecerá en un módulo especial dentro del transbordador mientras la nave abandone el planeta y amarre a la estación espacial internacional, a 219 kilómetros de la superficie terrestre, lo que insumirá poco más de un día. Después los astronautas iniciarán la secuencia y el experimento será puesto en marcha por un sistema automático: los cristales primero se disolverán y luego recristalizarán a lo largo de los diez días que dura el programa espacial.
En rigor, lo que harán Fischfeld, Di Loreto y Affranchino cuando los cristales vuelvan a la ciudad primero desde el espacio y después de Estados Unidos es comparar el crecimiento que tuvieron sin gravedad con el que habitualmente muestran en un laboratorio terrestre. "Este experimento sólo fue hecho por los rusos en la estación orbital Mir, pero con otros cristales", recuerda Affranchino.
Una experiencia activa
Esta no es la primera vez que investigadores e incluso alumnos rosarinos participan de los programas cooperativos de la Nasa. En años anteriores también hubo envíos, aunque siempre se trató de experimentos pasivos. En esta ocasión se trata de una experiencia activa, que implica modificaciones.
Lo curioso es que los proyectos en que trabajan estos científicos, como Cristanar, cuentan con muy pocos recursos, básicamente con la pequeña subvención que representa el incentivo docente por su desempeño como profesores de la Universidad.
Ni falta hace que lo digan: la humildad de su laboratorio es más elocuente. Por ejemplo, la fuente de alta tensión, el baño de crecimiento de los cristales y hasta el láser son de fabricación casera, "artesanías" de Fischfeld. "Todo está hecho a pulmón", dicen. Y otra frase los pinta: "Investigamos por esta locura nuestra".