Cada festividad mariana está acompañada del folclore propio que marca la impronta de los festejos multitudinarios protagonizados por los argentinos. San Nicolás no es ajeno a ello. Una pléyade de vendedores, indigentes, oportunistas y representantes de las actividades más variadas y profanas pululan por las inmediaciones del santuario. Pero la intención de hacer su agosto en cualquier mes del año confronta irremediablemente con la realidad de una Argentina que, como los sueños de su gente, se cae a pedazos. "Son las dos de la tarde y vendí nada más que diez pesos. Todos miran pero nadie compra", se quejó a La Capital un morocho cuarentón de barba renegrida desde atrás de un mostrador donde se apilaban los más inverosímiles objetos. Mientras, los habitantes se solidarizaban con los peregrinos y advertían a quienes quisieran escucharlos: "Cuidado con las carteras y bolsos, porque en estos días están aquí los pungas porteños".
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