Miguel Angel Rouco
La convocatoria lanzada por el presidente de la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA), Eduardo Escasany, y ampliada por el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, intenta poner al descubierto el delicado momento por el que atraviesa la economía argentina. La intención es clara: ante un deterioro de todos los indicadores económicos y ante un peligro cierto de un default, la amenaza sobre los depósitos bancarios y sobre la convertibilidad misma está a la vuelta de la esquina. El objetivo tanto del gobierno como del sector privado nacional es poner a salvo la regla de oro de la convertibilidad porque de la corrida bancaria a la corrida cambiaria hay un paso. Sin embargo, en las últimas horas comenzaron a correr las voces de una eventual dolarización. Inclusive, el ex presidente Carlos Menem en su vuelta a la arena política amenazó sin muchos fundamentos técnicos apoyar una dolarización de la economía, sin siquiera ponerse a meditar sobre las posibles consecuencias de semejante medida. También desde algunos sectores vinculados al oficialismo se escucharon esas posturas. De allí que tanto los representantes del sector financiero y la dirigencia empresaria del país plantea la defensa de la convertibilidad como el único camino para intentar una recuperación de la economía porque la alternativa significa la eclosión del sistema. Una devaluación como la que proponen desde algunos sectores implica una pérdida neta de capital y de riqueza nacional. Dicho en términos más llanos, los argentinos seremos más pobres y deberemos aún más dinero. Pero esos cantos de sirenas de la dolarización no explican cómo se llegará a ese escenario. En realidad, lo ocultan. Los exégetas de la dolarización no explican que para llegar a ese estadío, habrá que sufrir una devaluación de nuestra moneda, lo que significa más deterioro salarial, más destrucción de fuentes de trabajo, más quebrantos, más pobreza y más marginalidad. Es decir, un serio daño a la sociedad. Pero los "devaluomaníacos", como los llama el ministro Domingo Cavallo, plantean un escenario de terror con una salida algo más que traumática. Un ejemplo de esto es Ecuador donde la dolarización generó una crisis social tan grave que no pudo resolver los crónicos problemas y más aún los agravó. El ejemplo de dolarización ecuatoriano tiró por tierra con el principal argumento que esgrimen en su favor, esto es, el abaratamiento del crédito, la disminución del riesgo y la generación de confianza. Nada de esto es cierto, con dolarización, el riesgo-país de Ecuador se encuentra en los 1.500 puntos básicos, la sociedad sufre la peor de las consecuencias con privaciones de insumos esenciales y una creciente marginalidad tanto en poblaciones urbanas como entre la población indígena. Al margen de este debate, el canje de la deuda está evolucionando lentamente porque existen algunas cuestiones metodológicas y algunas dudas de tipo jurídico en la elaboración de la propuesta. Aún no le queda claro a los tenedores de bonos la ventaja del canje. Pero tampoco queda claro el mecanismo que habilite a una eventual cesión de derechos de los nuevos contratos, ni tampoco la jurisdicción para un eventual reclamo judicial. Para los letrados de los acreedores, la cesión de derechos es un mecanismo muy complicado y los rigorismos formales de estas figuras jurídicas hacen que la transmisión de los contratos se transforme en proceso lento. El resto de la economía real padece las secuelas de la intensidad de la recesión y el gobierno nacional parece no acertar ni el diagnóstico ni en la terapia aplicable.
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