Ricardo Luque
Cae la tarde. La calle que une la entrada con la plaza central del Magic Kingdom se va poblando poco a poco. El bullicio y la excitación de los juegos de acción ya quedó atrás. Ahora lo único que importa es el desfile que los personajes más famosos creados por la pluma de Walt Disney protagonizan cada noche con el entrañable ratón Mickey a la cabeza. La expectativa crece a medida que las sombras se alargan y el mundo de luces de colores de Disneylandia cobra su máximo esplendor. Ya no queda tiempo más que para maravillarse y, sin importar cuantos años se carguen sobre las espaldas, disfrutar con inocencia de niños del mundo mágico en el que conviven en perfecta armonía el pato Donald, Winnie the Pooh y Buzz Lightyear. De pronto, en lo alto del castillo, aparece una figura familiar: Campanita. Un suspiro de emoción congela el tiempo. La varita mágica del duende amigable de Peter Pan toca la punta de la torre y un destello brillante como un flash pone en movimiento una caravana de carrozas que recrean momentos inolvidables creados por esa inagotable máquina de sueños que es el cine de Hollywood. Aladino, Cenicienta, Blancanieves y hasta la mismísima Maléfica pasean sus galas mientras en el aire suena la dulce melodía de "Share a Dream Come True". Niños y adultos no pueden salir de su asombro. El "parade" es el perfecto broche de oro para una jornada llena de emociones que culmina cuando el cielo se ilumine con un fantástico espectáculo de fuegos de artificio. Pero el día comienza temprano y en las puertas del parque de los estudios Metro Goldwin Mayer. Allí, luego de pasar un estricto examen de seguridad, comienza una gira mágica que combina, en exacta medida, acción y emoción y que se descubre ante los ojos absortos de los visitantes al transitar por la reproducción del Hollywood Boulevard de Los Angeles que abre el paseo. Al fondo de la calle aparece, tan grande que las cámaras fotográficas apenas lo pueden captar, el sombrero que Mickey luce en el cuadro de "El aprendiz de hechicero" de la película "Fantasía". La explanada que antecede al monumento se puebla de personajes de ficción que aquí son de carne y hueso. Se siente raro caminar entre Tigger, Pinocho y Miss Piggy. Pero uno se acostumbra. Es que el mundo de maravilla que propone Disneylandia no es extraño para nadie. No importa la edad, el color de la piel o el idioma que se hable, la infancia es un territorio explorado por todos y es allí, en esa patria sin banderas ni límites, es donde transcurre la aventura que le propone a la imaginación y a los sentidos el parque de diversiones. Los amantes de las sobredosis de adrenalina disfrutan tanto de "La torre del terror", una visita escalofriante a un hotel encantado, como de la montaña rusa que pone los pelos de punta al ritmo frenético del rock de Aerosmith, mientras que los aventureros prefieren el espectáculo de acción de Indiana Jones o el tour por la saga de "La guerra de las galaxias". En cambio, las almas sensibles se enternecen con los bailes de "La bella y la bestia", las travesuras en 3D de "Los Muppets", el paseo en barco de "La sirenita" y, sobre todo, con el show de luz y sonido que recrea el número de Mickey de "Fantasía". También, claro está, con la inocencia del Magic Kingdom, donde se puede tanto dar vueltas en calesita como visitar la casita de Minnie. Y todo, gracias al cielo, a miles de kilómetros del mundo real.
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