El actor Pablo Alarcón presenta hoy, a las 21.30, y mañana, a las 20, el espectáculo "El cocinero", en Empleados de Comercio, Corrientes 450. Acompañado por el bajista Norberto Córdoba y textos propios y otros adaptados del dibujante Carlos Nine, la pieza relata la historia de la comida, un tema en el que confluyen anécdotas, jazz, tango y folclore y una particular lectura de la historia argentina a través de sus platos más representativos. -¿Por qué decís en el título de la obra que es una historia brutal de la comida? -La verdad es que es una humorada. Soy un curioso y sabía que cualquier intento de ser muy prolijo en la historia iba a ser inalcanzable para mí, así que le puse como título "brutal", además, porque me parece brutal la historia de nuestra cocina. -¿Cómo se te ocurrió hacer este espectáculo? -Por mis grandes pasiones: la cocina y la música, además de la actuación. Había abandonado la música hace unos años y me había dedicado a la actuación totalmente. Pensé que nunca más podría subir a un escenario y tocar un instrumento y ahora ya hace cuatro años retomé la música. Ya estoy preparando la segunda parte del espectáculo que es la historia de la comida de 1810 hasta nuestros días: la colonización, los ingleses, referencias a la Perichona, asesinatos palaciegos y cosas que pude entrever en la historia argentina. -¿Cómo son los textos? -Son recetas de cocina apócrifas, y después una gran reseña sobre la historia de la comida criolla. Son recetas que se suponen ciertas, pero que son absolutamente irrealizables, hasta un punto en que los ingredientes comienzan a ser absurdos, macabros y ridículos. -¿Qué géneros abordás? -Jazz, tango y folclore, pero hoy hay mucho más de los dos últimos. Supongo que evolucionó así porque son temas que hacía cuando era chico y este espectáculo tiene que ver con mi infancia, con los olores, los sabores y recuperar un espacio perdido que sólo tenemos en la memoria sobre los platos, los almuerzos, los cumpleaños, todas esas cosas que tienen una importancia muy grande. Creo que todos tenemos una dimensión absolutamente olvidada que este espectáculo intenta recuperar, un espacio donde además la comida además de alimentar sea un hecho vincular. -Siempre que haya algo que poner sobre la mesa -Ese también es otro tema ineludible del espectáculo, pero nosotros que podemos comer y las personas que van a ver el espectáculo, a esa gente aludo y les intento decir que pensemos en la comida con un actitud de respeto. -¿Cómo concretaste ese cruce de política, economía y sociedad? -Algunos textos los tomé de unas recetas del dibujante Carlos Nine. Si bien en la superficie no estaba lo político, nosotros acentuamos ese significante que estaba dentro de los textos, lo redimensionamos y les dimos una lectura más politizada, porque en el momento que estamos viviendo no podemos no vincular a la comida con la política, la historia, y con lo que está pasando en el mundo. No fue intencional pero fueron cambiando a una redescubierta ideología. -¿Cómo viviste enfrentar al público? -Es mi primer unipersonal. Primero soy absolutamente tartamudo, no soy verborrágico, acá soy un personaje que hace otros personajes y que arma una situación, un cuento. Personalmente no hablaría nunca más de cinco minutos en público... esto no es lo mío... (risas). -¿Dónde quedó tu rol de galán? -La televisión fue en lo que más se me vio, pero en treinta años de carrera estrené más de treinta obras. Lo que pasa es que tuve más suerte con la televisión, porque también lo elegí. Me llamaron para hacer teatro y no quise, tal vez por pereza. El prestigio no es una cosa que me interese demasiado, siempre me sentí muy cómodo haciendo novelas y las hice con mucha alegría, no me costó nada y encima me pagaban. Así que seguí haciendolo para sobrevivir sin ningún costo y estoy orgulloso de algunas novelas y algunas obras que hice. No todo lo prestigioso me parece bueno. R. B.
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