Afganistán oriental ya extraña uno de los pocos beneficios de la era talibán: bajo su dominio, por lo menos las calles eran seguras. La muerte de los cuatro periodistas que se dirigían hacia Kabul desde Islamabad ha llamado la atención del mundo sobre el vacío de poder que se abate sobre el país después de la retirada talibán. Han sido derrotados, pero su orden político no ha sido reemplazado.
En Jalalabad, en el este afgano, todo el mundo siente la diferencia. "Allí la gente se siente insegura", asegura un visitante que acaba de regresar a Pakistán. "Antes podía dejar mi negocio abierto toda la noche, y no pasaba nada", afirma un comerciante.
Los guardianes privados de seguridad en Jalalabad renuncian a sus trabajos porque no pueden enfrentarse a las bandas armadas que saquean la ciudad. Pero el panorama no es del todo nuevo. Antes de 1994 reinaba en Afganistán la anarquía y el caos. Los mujaidines que hasta 1989 luchaban contra la ocupación soviética con la ayuda occidental terminaron comportándose como bandidos. En Kabul se dedicaron a pelear entre ellos, mientras en el este y el sur afgano oprimían a la población con absoluta impunidad.
Las calles eran peligrosas. Nadie se atrevía a desplazarse en la oscuridad de la noche, y durante el día nadie podía saber si los atracadores se limitarían a robar a los paseantes o si además les dispararían.
Control y opresión
Entre 1994 y 1996, los talibán controlaron a estas bandas, ganándose el reconocimiento de la población. Pero la opresión de las niñas y las mujeres, la prohibición de música y televisión y su incapacidad para reconstruir el país les costó toda la simpatía que habían acumulado.
Pero la seguridad nunca fue discutida como el principal logro de los islamistas radicales.
Ahora han sido derrocados por la Alianza del Norte y los bombardeos estadounidenses, sin que nadie ocupe su lugar hasta el momento. La vieja anarquía vuelve a ganar espacio. "La situación en las calles desde la frontera (paquistaní) hasta Kabul es preocupante", admite Mike Sackett, el coordinador de la ONU para Afganistán.
También los envíos de ayuda humanitaria se ven afectados. "Los choferes de camiones se sienten inseguros", señala Sackett. En el sur del país, los camiones con alimentos fueron asaltados, y antiguos mujaidines saquearon instalaciones de la ONU y robaron todos sus equipos.
Los ruegos por una policía internacional que garantice la seguridad y el orden en Afganistán se escuchan con cada vez más fuerza. La idea no entusiasma a la Alianza del Norte, cuyo líder Burhanuddin Rabbani se presenta como el legítimo presidente afgano. La alianza ya ordenó una investigación sobre la muerte de los periodistas como si tuviera autoridad en el sur, dominado por los pashtunes.
Mientras tanto crece la presión sobre la Alianza del Norte y los grupos pashtunes que arrebataron al poder a los talibán en el sur de Afganistán. Si no se encargan de brindar seguridad a la población, la comunidad internacional se verá obligada a intervenir, dice el mensaje. (DPA)