Mauricio Maronna
La libertad de Carlos Menem borra del mapa la única conquista de la que se jactaba la Alianza a los 18 meses de haber asumido el poder. Se convierte, además, en la mejor parábola para describir el estado de necesidad y urgencia de la administración delarruista. Jaqueado por la crisis social, la licuación de su poder político, las presiones de los sectores financieros, la escalada interminable del riesgo país y con la gobernabilidad en la cornisa, el fallo de la Corte es recibido hoy en la Casa Rosada como un vaso de agua para un organismo deshidratado. La imagen de Menem sigue estando tan devaluada entre los independientes como cuando Jorge Urso lo envió a Don Torcuato. Pero la impronta del ex mandatario continúa marcada a fuego en el imaginario colectivo del peronismo, hoy por hoy una hidra con demasiadas cabezas, y solamente unida por su inquebrantable vocación de poder. La liberación terminará con el sueño duhaldista de enhebrar una nueva conducción alejada de los designios del riojano y marcará la cancha de la interna con otros jugadores. Por algo las declaraciones de Carlos Reutemann a La Capital admitiendo que "para frenar a Menem habrá que ponerle la Muralla China" rebotaron como una pelota Pulpo en el frontón del PJ. El escenario de una interna "sangrienta" entre menemistas, ruckaufistas y duhaldistas -confían en el alfonsinismo- evitará que por unos meses todas las miradas se posen en el "desastroso" rumbo del Ejecutivo. Sin medias tintas, un gobernador en ejercicio y un senador electo dijeron a este diario que el oficialismo operó "como nunca" en la Justicia para que se abran las puertas de la quinta de Armando Gostanián. Sin pedir off the récord, Cecilia Bolocco confesó que el jefe del Estado le había dicho a Eduardo Menem que quería ver a su hermano en libertad. (Si tiene cola de ratón, cabeza de ratón y camina como un ratón...). Menem sabe que será dificilísimo remontar la cuesta que lo deposite en el Sillón de Rivadavia, pero está convencido de que les hará morder el polvo de la derrota a Duhalde y Ruckauf. Como escribió James Neilson, el PJ mejoró su rostro a partir de la gestión calamitosa de Isabel Perón, "pero todavía dominó el difícil arte de conservar la coherencia en ausencia de un caudillo hegemónico". Aunque haya dejado de ser un "caudillo hegemónico", ¿habrá, más allá de los pesos pesado del PJ bonaerense, algún presidenciable que se considere apto para edificar la Muralla China sin, acaso, morir políticamente en el intento?
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