Una caricia, el ruido del vientre al mamar, el agua, el silencio, el dolor, la lluvia sobre la piel, el pan, el sol, la risa, un juguete, la tristeza propia y ajena, las letras escritas, son algunos de los estímulos que producen un impacto sobre las funciones humanas y generan una reacción. Pueden ser tanto externos como internos, físicos o afectivos. Cuando éstos faltan, el niño enferma tanto orgánica como psicológicamente.
Son múltiples los estímulos que bombardean al niño. De ellos, toma sólo los que necesita. Si bien no deben faltar en esta etapa de la vida para lograr el desarrollo del sistema nervioso central, no habrá que ofrecerlos a mansalva para no caer en la hiperestimulación, que junto con la estimulación fluctuante y a destiempo, son tan nocivos como la falta de ellos.
Primera estimuladora
La madre es la primera estimuladora de su hijo. La relación entre ambos se inicia desde la gestación. Más allá de los sueños y las fantasías durante el embarazo, constituye una de las experiencias más movilizantes en la vida de la mujer.
Durante esta etapa el niño crece en una estructura perfectamente organizada, que culmina con el parto. Es innegable que el momento del parto marca una ruptura con el corte del cordón umbilical. Luego, el niño retomará la conexión con su madre a través de la lactancia.
El ingreso a un mundo nuevo deseado y desconocido, implica un cambio absoluto. Pone en emergencia miedos y ansiedades. Por momentos puede parecer como un salto al vacío donde el niño debe reacomodarse a tiempos y espacios. Además se hace necesario reformular los vínculos afectivos, cambiar roles, y entonces puede sucederse una crisis en la búsqueda de una resolución.
El bebé demanda, emite sonidos y señales a la espera de ser interpretados. La madre responderá adecuadamente sólo si ha surgido un sentimiento de amor, porque es un mito esperar que el instinto lo resuelva.
Existen numerosos estudios que concluyen que se puede hablar de amor maternal y sentimiento humano. Como todo sentimiento es incierto, frágil e imperfecto, que puede o no estar presente. Esto revela el estado de vulnerabilidad del niño.
Por esto, en la práctica clínica se encuentran casos en situación de riesgo ambiental, donde los chicos se ven abandonados o sin un cuidado específico en las salas de un hospital, donde no se dan las condiciones indispensables para el desarrollo normal del chico.
Esto no sucederá con aquella madre que encuentre en su rol una gratificación. De esta forma vivirá esta etapa amorosa y plena, que si se ve potenciada por la creatividad, estará en condiciones de realizar un excelente trabajo de estimulación.
Psiquis en crecimiento
Desde 1895, con Freud y el psicoanálisis, existe una preocupación que se mantiene hasta el presente acerca de cómo, a partir de un cuerpo, se constituye un psiquismo. En su proyecto de una psicología para neurólogos, trataba de explicar qué pasaba en ese cuerpo, qué pasaba con los estímulos, qué pasaba con las neuronas para hacer un psiquismo.
Se puede decir que nace un niño, un cuerpo y ya está. Pero, tener un cuerpo anatómico, biológico, no significa que el niño se ha apropiado de él, hay que armarlo. Patologías graves como el autismo, la psicosis y la depresión explican cómo un cuerpo no viene dado, sino que hay que armarlo.
El niño nace con un grado importante de prematuración dado que el sistema nervioso central (cerebro, cerebelo y médula espinal) durante los tres primeros años de vida, desarrolla el período de maduración más importante, durante el cual, los primeros movimientos, que son totalmente involuntarios, van desapareciendo para dar paso a los voluntarios.
Así como el cuerpo se alimenta, el estímulo es el sustento necesario para lograr una actividad psicomotriz que permite organizar y desarrollar el sistema nervioso central. Para que un bebé desarrolle todo su potencial, no basta con alimentarlo correctamente, ofrecerle cuidados médicos, sino que debe recibir estimulación acorde a cada una de las etapas que está transitando, ingresar lentamente al juego, jugar con él, no alcanzarle un juguete, sino ofrecerlo, observarlo juntos, hablarle y demostrarle afecto.
En cuanto a la calidad y cantidad de tiempo que se le dedica a los niños, lo que importa es la comunicación y el mutuo aprendizaje.
Si este primer encuentro se ha dado, en la visión de los resultados obtenidos se irán entrelazando las etapas madurativas unas a otras, en estricta correlación con el medio ambiente y con su sello personal.
No siempre esto es posible dado que la sociedad vigente se caracteriza por la vertiginosidad de los cambios y donde la familia ha adquirido formas que distan del modelo tradicional, en la cual los progenitores cumplen tareas fuera del hogar, con niveles de exigencia personales más altos. Esto deriva en la obligación de delegar el cuidado de sus bebés a otras personas, en su propio hogar o en instituciones.
Trastornos de relación
Esta vertiginosa realidad social, que no es ajena a los niños, muchas veces provoca una falta de tiempo para estar con los chicos o la carencia de energías para estimularlos. Esa privación puede desencadenar patologías tanto orgánicas como psicológicas. Muchos presentan trastornos de relación psicosocial y falencias en el rendimiento escolar.
Sumado a ello, en los últimos años aumentaron las patologías infantiles, sobre todo en las grandes ciudades. Hoy se observa un incremento de las consultas en oncología, trastornos somáticos severos, problemas de alimentación, hiperexcitación, dificultades en el habla y resistencia a la puesta de límites.
El niño angustiado en general no juega, manipula juguetes, los arroja, no han adquirido significado para él, no incorporó esta actividad, que lejos de constituir una acción espontánea, improductiva y placentera, es un trabajo, medio de expresión y resolución de los conflictos, por el que transitará toda su infancia.
Un niño que no juega está triste, y a corto plazo transformará su propia persona en escenario de presentación tanto de patologías orgánicas como de trastornos de conducta.
No siempre es posible resolver todo solos. La consulta a tiempo permitirá transformar el esfuerzo en trabajo productivo.
Carmen Nieri
Psicóloga de niños y bebés